jueves, 28 de febrero de 2013

La vuelta al mundo en mi birlocha, quedan noventa entradas.


Ya tenemos a los protagonistas. El zagalico se llama Ginés, si lo sé, entre sus muchos defectos también está su nombre... Este está posicionado en el lugar 27 del ranking de los nombres de varón más frecuentes en Murcia. Tiene, en mi opinión, un regusto a huertano que es donde el mozo pasa su vida. Situemos al chiquillo, ya talludito y poco versado en las habilidades del cortejo. Deambula por La Arboleja. Su casa, en bajo con soportal y parra a la entrada, pasó de sus abuelos a sus padres y si acaso siguiera en pie, dentro de un tiempo, será su única y escasa herencia. Fue levantada en el Camino de los Cabilas. Su oficio principal es el de estudiante, pero el nene no le dedica demasiado entusiasmo ni tiempo a ese menester. Los fines de semana ayuda a su padre en el Juego de Bolos que éste lleva desde tiempo inmemorial en el Carril de Los Chornos. El chavea realiza las funciones de recadero y se dedica a alisar el carril del juego para que los parroquianos lo tengan dispuesto siempre que deseen echar unas manos. En ese menester se afana cuando poco a poco fue reparando en Laura (nuestra otra partenaire). Del latín laurel, que no es precisamente una flor, pero cumple con los requisitos propuestos en el objeto de esta historia. Laura es el nombre que ocupa el puesto 18 en la lista de nombres de mujer más usados en la región. El caso es que Laura cruza por el quijero que serpentea junto a la bardiza que separa la acequia del juego de bolos y marca el lindero con el huerto del vecino de al lado. Laura debe ser estudiante, pues Ginés la observa los días de diario cruzar con su falda de tablas y cuadros escoceses, su cola en el pelo o unas coquetas trenzas. Laura es menuda y pizpireta en el andar. Ginés observa cada día como no se le hunden sus coquetos taconcicos al pasar por declive del brazal, liviana, tan sutilmente que pareciera que, como Jesucristo, cruzara sobre las aguas sin tocarlas...

Ya conocemos sucintamente a los dos protagonistas de la historia. Poco a poco iremos sabiendo más de ellos, lo que piensan, como son, que desean y como viven.

Por fin, Ginés reúne el valor suficiente para realizar el primer acercamiento a la chica que cree de sus sueños. Como buen huertano, nunca hace una pregunta directa, así que no va a ponerse en medio del azarbe y la va a abordar. Decide escribirle una carta y ésta dice así.....

Estimada señorita Laura:

Me llamo Ginés y no es mi intención asustarla cuando reciba ésta. Lo primero que desearía es poder explicar quien soy, como he llegado hasta usted y cuales son los motivos de esta misiva.

Todos los días cruza por el quijero de la acequia que pasa junto al juego de bolos de mi padre. Con ésto ya sabe quien soy, el hijo de Pepe “El chatarra”, el de los bolos.

Seguramente no se habrá fijado en mi persona. Le ruego que cuando reciba ésta, levante la mirada y al pasar por el brazal, ya he comprobado que camino a su casa, mire y allí me verá. El chico que lleva el mandil negro y rastrilla con obsesivo método la arena del carril. Que sepa usted que la arena ya hace años que dejó de necesitar ser rastrillada y mi señor padre me lo reprocha orientándome a otros menesteres, pero yo no puedo dejar de salir todas las tardes a moverla, con el único objeto de verla una vez más.

Si una vez leído ésto sigue con la hoja de papel en la mano, será que la curiosidad o el buen fin de estas letras le impulsan a llegar al final de la misma.

Se extrañará que mi carta le llegue en un sobre de “Destilerías Bernal”. Ha sido el único que el manazas de mi padre no ha roto al abrirlo para sacar la factura. El objeto de enviarla dentro de ese sobre, no es otro que el evitar que los brutos de sus hermanos se percaten de estas palabras y me partan la cara por rondar a la pequeña de la familia. Si alguna vez se fijó en mi persona, habrá observado que soy menudo y poca cosa para enfrentarme a los fieras de sus señores hermanos. Así mismo, es mi deseo, que su señor padre también se mantenga al margen de esta nueva y esperemos que larga relación, aunque sea epistolar. También he sopesado que su progenitor sospeche al percatarse que la destilería le envía una carta, pero eso es un mal menor teniendo en cuenta la fama de, con todo mi respeto, “mala follá” que tiene su señor padre entre los convecinos de su carril.

Para evitar este pequeño problema he ideado una sencilla forma de hacernos llegar las cartas, si es que usted desea dar respuesta a la mía. Al principio de la bardiza, junto a la pequeña loma que separa el brazal del carril hay una gran piedra. Seguro que usted no ha reparado en ella, no se preocupe, la he puesto yo esta mañana. Debajo de ella hay una bolsica y dentro de ella dejaremos, ahora y en el futuro, nuestras cartas, si usted a bien lo tiene. La única bolsa que he encontrado, es una que mi señor padre utiliza para que el atún de hijá no se le reseque. Nuestras cartas tendrán todas un fino y suave olor a mar, de la que se que a usted le gusta tanto visitar. Y si no huele a mar, al menos lo hará a un fruto de él, como es el atún.

Como es necesario que en todas las relaciones las partes convengan los términos de la misma, le comunico que el sello de esta primera carta me ha costado veinte céntimos, que en su momento serán abonados al cincuenta por cierto por usted y ya tenemos, usted y yo, algo en común, una deuda.

Vigilaré al cartero y como el color del sobre, rojo y azul es llamativo, me percataré cuando lo entrengan en su casa de usted. A partir de ese instante comenzaré a mirar bajo la piedra, para ver si obtengo respuesta. Es posible que tarde en hacerlo, la comprendo. Si viera que se demora en exceso iré dejando epístolas en el lugar convenido, mientras compruebe que usted las recoje.

Siempre a sus pies y esperando con verdadero anhelo su respuesta,

suyo que lo es,

Ginés

La Arboleja, Febrero de 2.013