lunes, 11 de marzo de 2013

La vuelta al mundo en mi birlocha. Y VII


Tuvo Ginés el máximo cuidado en elegir el momento en el que dirigirse al tormo, cuya función principal no había sido otra que la de enfadar al tabernero. Su padre estaba tornando a un humor escaso y a un estado de nervios peligroso para el mozalbete. El chicuelo se pasaba el día, en opinión de su padre, mirando las musarañas y en un estado que, si fuera un místico, lo catalogaría más cerca de la levitación que de estar con los pies en el suelo. El padre de Ginés no lograba llegar a entender qué era lo que le ocurría a un hijo, que si bien, siempre había sido raro, ahora estaba en un estado que lo sumía en lo más profundo de los atontilamientos. La actitud del crío había hecho ya que el padre perdiera los nervios y que éste hubiera tomado una decisión: “¡Si la próxima orden también la ignora, le meto!. El estado de la cuestión, aunque no comunicado de forma verbal, ya había sido hecho llegar al chavea con gestos y comentarios. La criatura no estaba dispuesto a darle argumentos al padre para que lo hinchara a capones, así que con sumo tiento depositó el mensaje de su amor bajo la piedra, dentro de una nueva bolsa... esta vez de escamas de jabón que su madre utilizaba para la ropa y que él había sisado de la pila. La carta ya no olería a atún, si no a jabón de Marsella. Justo cuando el padre estaba llenando una botella de anis seco que le había demandado un cliente.

Entraba Laura por el zaguan de su casa especialmente molesta por el estúpido resbalón que había tenido por la senda que sesga el camino a su casa. El inoportuno traspies había hecho que se manchara la vira que adorna su falda con el barro que aún mantenía el carril casi impracticable. El malhumor, Laura no aceptaba con resignación las situaciones que la dejaban, a su entender, en una posición poco airosa. A la mancha de barro del vestido, la poca donosura que tornó su figura en el intento tragicómico de no caer al suelo, más la suciedad de sus tacones que se clavaron en el piso de forma que a punto estuvo de mancharse la carita con el sucio barro del bancal, había que añadirle, que el chicuelo de la taberna, el Ginés, el hijo del tabernero, la había visto en esa situación que en tan mal lugar la dejaba. A ella el mozo no le decía ni fú ni fá, pero es que no soportaba que nadie pudiera esbozar una sonrisa, si ella era el motivo de la misma, si no había otorgado el permiso para hacerlo.

Laura se cambiaba de falda y de zapatos en su habitación cuando, al dejarlos junto a la cama, se percató del sobre rojo y azul que bajo la yacija acumulaba polvo. Recordó que hace unos días lo recibió y lo dejó para leerlo o tirarlo más tarde. Supuso Laura, con buen criterio, que a la hora de acostarse llevada por el cansancio y un poco de desidia, había tirado del cobertor haciendo que el sobre cayera con tan mala suerte, que se deslizó bajo el somier y eso hizo que ella se olvidara de la misiva.

Hay cosas que suceden por casualidad. La carta de Ginés a Laura era una de aquellas que estaban condenadas a no ser leídas nunca. La primera intención de la chiquilla fue romperla, pero no lo hizo. Mas tarde se perdió en las profundidades del suelo que se haya bajo su cama, pero fue encontrada. Tampoco la situación era la más adecuada en el momento del rescate, pues la nenica estaba bastante enfadada y lo más normal era que, en un ataque de ira, la hiciera mil pedazos. Inexplicablemente, si conocemos a Laura, ésta hizo todo lo contrario a lo que de ella esperaríamos. La abrió, por supuesto esperando encontrarse con una invitación a la bodega o simplemente propaganda de sus productos. Le sorprendió que dentro encontrara un pliego de papel tosco y poco elegante que contenía una escritura, redonda, que denotaba que la mano de que la había hecho era la de un espíritu alegre, dulce, libre... Le gustó tanto la letra que eso y no otro impulso, la hizo decidir el leerla.

Transcurrieron algunos minutos entre que Laura comenzó la lectura y volvió a doblar la hoja e introducirla de nuevo en el sobre... Algo debió de hacer ¡click! En el cerebro de Laura, pues lo normal en su actuación hubiera sido que la hiciera trizas o la doblara con desgana para guardarla y enseñársela más tarde a sus amigas y todas en colla, en una tormenta de ideas, manifestaran su opinión al respecto sobre el manuscrito, eso si, solo se admitirían opiniones que humillaran y dejarán de mal lugar al tontolín de Ginés.

Nada de eso ocurrió. Laura guardó el sobre y no sabiendo que le impulsaba a conservarlo lo hizo en la cómoda, junto a su ropa, donde la carta atesoraría su olor, la suave fragancia de su cuerpo, el cálido y aterciopelado tacto de su piel... Y Laura, extrañamente en vez sonreir con sorna y mofarse de la chiquillada de su vecino Ginés, alegró su carita de niña mimada y en ese momento, sin saber porque, se dirigió por el derrotero que serpentea sobre el quijero que amojona junto a la bardiza la linde del vecino hasta llegar a la piedra que, bajo ella, debía contener otra nueva carta.

Mas tarde Laura se preguntaría que la impulsó a decidir ir allí, al lugar donde estarían los futuros mensajes. Barajó si fue simple curiosidad. También estuvo pensando que quizás fuera la simpleza e ingenuidad de las palabras que le habían llegado por medio de ella... Tras darle muchas vueltas, tras meditarlo mucho, llegó a una conclusión. Se acercó a mirar si bajo la piedra había otra epístola, porque la letra de Ginés la había cautivado. Esa letra redonda, alegre, equilibrada, repleta de felicidad y de calma, fue la letra la que le llevó a buscar una siguiente...

Y Laura se acercó a recogerla, pero ni Juan desapareció de sus pensamientos, ni sus caprichos fueron menos, ni sus dudas... Aunque Ginés ha ganado la primera batalla, ha conseguido que lea su primera carta, esa es una relación, un deseo del chiquillo, que tiene demasiadas cuestiones abiertas y casi todas ellas juegan en su contra...

Pero Ginés sigue porfiando.

La Arboleja, Marzo de 2.013

jueves, 7 de marzo de 2013

La Vuelta al mundo en mi birlocha y VI


Pasaron algunos días y nada parecía haber sucedido. La huerta se torna triste cuando la lluvia golpea con la insistencia del tic-tac del reloj. Sabemos que al siguiente segundo escucharemos el tic para inmediatamente ser contestado como el eco por el tac. No hay fin, no hay cambio, no hay solución

Pues sumido en la tristeza de un carril sin paseantes. de un juego de bolos sin parroquianos, de un día más sin respuesta de Laura, pasó Ginés las siguientes jornadas. El nenico salía a la puerta de la taberna y miraba tras la bardiza que separa el juego del azarbe, junto a la gran piedra que por arte de bilibirloque había aparecido al comienzo del quijero en la linde de su padre.

La piedra ya le había traído a Ginés algún problema con el tabernero. El papa del mozuelo, le había comentado en alguna ocasión que, como pillara a los zagales, que él suponía habían puesto el pedrusco al comienzo de la valla, les iba a meter un cocotazo que los iba a poner mirando “p'a La Fuensanta”. El morroncho de Ginés, en vez de pensar que como se diera cuenta el tabernero que el “cacho canto” lo había puesto él, el jetazo no iba a ser pituso, se entretenía en idear un paseo con la Laura entre los pinos piñoneros que rodean el santuario y los lugares próximos.

En la parte de atrás de La Fuensanta entre las moreras que jalonan la explanada donde estacionan los carros el día de la romería. Justo donde la era da comienzo al cejo por el que discurre la rambla. Por allí parte una senda muy estrecha que a media altura del raiguero serpentea a veces cegada por la bardomera, otras clara y diáfana hasta llegar a la altura del Cenobio de Nuestra Señora de La Luz. Este no era otra cosa que uno de los que en el S. IV a.c. formaban una red de santuarios ibéricos que estaban al servicio de la diosa de la fecundación, Deméter. Esto último, el mandanga del chiquillo lo desconocía y por tanto ignoraba que la Laura siquiera osase a dar un paso por esa estrecha y coqueta senda, si supiera que lo que le esperaba al fin de la misma, era una ofrenda para solicitar a la diosa su fecundación... Su padre la desloma siquiera por imaginarlo.

Seguía Ginés, en estos y otros sueños, mientras trajillaba la arena del carril de juego y vigilaba con el ojo que tenía desocupado, pues con el otro estaba atento a su padre. Creía que éste estaba perdiendo la paciencia con él, pues no hacía otra cosa que cuidar el albero y pronto podría recibir un capón por la espalda, en represalia por la indolencia que mostraba a las órdenes que vociferaba, cuando vigilando el tolmo, ara donde esperaba que su amor quedara signado con el depósito de una carta, vio pasar a Laura.

Le pareció que ésta había parado un poco antes de la piedra, mirado alrededor y despues sejar para, en su opinión, nada objetiva, esfisar si bajo la piedra había una carta. Ginés que se aplicó con prontitud y nada de reflexión el cuento de “Creía el ciego que veía y eran las ganas que tenía” experimentó un angor y a la vez un júbilo que no podían ser provocados, mirados de manera objetiva, por ninguno de los hechos que ocurrieron. Lleno de alborozo, creyendo que Laura había leído la carta y esperaba otras, dispuso papel de estraza, pues evidentemente un papel de menos resistencia a los elementos, bajo la piedra y con las humedades de la huerta y Marzo, no sería soporte suficiente para mantener las letras, que manifestaban su amor, si Laura, como estaba ocurriendo en la actualidad, dilataba tanto sus paseos por la trocha.

La carta decía así:

Estimada Laura:

He estado pacientemente observándola estos días. Fundamentalmente he observado que usted no ha pasado en varios por la cieca que está en el linde, por lo tanto no la he visto, pero como el objeto era observarla, si acaso hubiera pasado, he observado que no he podido observarle. Y creo que con esto está todo bastante bien explicado.

Hoy. Sabrá que día es hoy cuando lea ésta (por la fecha), ya que cuando ojee la misiva no será hoy, si no otro día, que no es hoy. No sabré que día la leerá, pero con esta información tan precisa, si sabrá que día la he visto pasar. Pues como le estaba indicando en esta perorata, me pareció que usted había mirado con el rabillo del ojo la piedra donde le indiqué , depositaría en el futuro mis cartas encendidas de apasionado amor.

Se que se habrá sentido profundamente decepcionada al no encontrar sobre alguno bajo el pedrusco, pero es que escribí una, hace ya unos días y por la lluvia, la torrentera, la bolsa, si , esa del atún de hijá donde le guardo mis palabras de amor, se esfaró por el partior y creo yo que ahora estará más allá del Rincón de Bonanza, bonito paraje del partío de Orihuela. No tiene al caso indicarle esta pequeñez, pero como se que usted es estudiante y creerá que  sólo soy un tabernero, le indico este pequeño detalle de mi erudición para que, si a bien lo tiene, no sea un impedimento para nuestra relación. Con mi sapiencia y saber estar no se sentirá usted de menos cuando, en el futuro, ose a dar el paso de presentarme ante sus amistades. Además como soy trombonista siempre puedo apañar una fiesta o reunión en la que usted tenga a bien participar con mis melodías. Al final llegaré a ser el único que no querrán sus amigos de usted, falte a los jolgorios.

Desearía aprovechar estas letras para suplicarle que en el futuro y si usted me lo permite, nuestro trato se haga un poco más cercano y pudiera llamarla de tú y si a usted no le incomoda acompañar su nombre con algún adjetivo cariñoso que denote lo prendado y cautivado que estoy por su persona, como por ejemplo: Mi bella Laura...

Deseo que en la próxima podamos hablar de nuestros sentimientos de una forma más informal y cercana, pero para ello debo recibir autorización expresa por su parte y si acaso, en el futuro podríamos vernos en las moreras esas que están a tres palmos de la orilla de la cieca, pero no quiero ser atrevido y que piense que mis intenciones son deleznables. Así que ese punto lo dejaremos para cuando nuestra relación sea menos rodreja.

Esperando con ahelo su carta y suplicando pueda usted acceder a mis nobles y sentidos deseos,

Se despide de usted, éste que lo es


Ginés

La Arboleja, Marzo de 2.013

A todo esto Ginés desconocía varias cosas. La primera que Laura no había leído la carta y lo que pareció un ligero retroceso para ver si bajo la piedra había alguna , fue un esfarato de la chiquilla, por el suelo embarrado y lo suyo no fue más que un movimiento para equilbrar su lindo talle y no dar con sus preciosos huesos en el charquero que se había formado por la lluvia. También Ginés desconocía que Laura había tenido la misma idea, la de utilizar las moreras, las que están junto a la regaera, pero no tenía intención de que fuera Ginés el mozo que la rondara bajo ellas...

martes, 5 de marzo de 2013

La Planificación Deportiva.-


Planificar es una de las tareas más importantes de un entrenador, de cualquier persona que desee conseguir un objetivo, obtener un éxito.

Gene Sharp, autor del libro “De la Dictadura a la Democracia”, en cuyos fundamentos y principios se han inspirado las últimas revoluciones no violentas del planeta desde Serbia a “La primavera Arabe”, nos comenta al respecto del fracaso de las protestas de la Plaza de Tian'anmen en 1989 que: “No se planificó, se realizó una improvisación constante...(sic)... La idea de que la improvisación te dará un gran éxito es absurda. Si no sabes lo que estás haciendo (estrategia para conseguirlo), lo más probable es que te metas en graves problemas”.

Es básico para conseguir un objetivo, por nimio que sea, planificar su obtención y la estrategia para llegar a él.

La planificación comienza en el mismo instante en que se te ofrece la dirección de un equipo o grupo. ¿Qué desea el club de tí?. ¿Qué objetivos desea alcanzar?. ¿Qué medios pone a tu disposición?. ¿Qué grado de implicación tienen los directivos?. Por otra parte también hay que analizar que es lo que nosotros deseamos como entrenadores para nuestra carrera deportiva. ¿Títulos?, ¿Dinero?. ¿Prestigio?. Debemos ser consecuentes y saber que deseamos y si esa relación deportiva nos puede ayudar a conseguirlo. Conociendo nuestros deseos y los del club, debemos analizar si ambos discurren en la misma dirección y nos ayudan a llegar a nuestra meta o si nos distancian de ella. Por ejemplo Maradona y Vicente del Bosque. Ambos son entrenadores de éxito. El primero entrenó a una de las mejores selecciones del mundo, la de Argentina. El segundo a la de España. Ambos tienen un éxito parecido. Pero..., ¿tienen los dos el mismo prestigio?. Evidentemente la planificación y la estrategia seguida en la carrera de Del Bosque, ha sido mucho mejor planteada que la de Maradona, pues mientras el primero es un profesional respetado, Maradona acude a exhibiciones de tenis a montar un show...

Una vez llegado al compromiso entre ambas partes hay que evaluar el punto de partida. No es lo mismo comenzar a entrenar a un equipo campeón con el objetivo de volver a alcanzar la Liga, que entrenar al eterno segundón. Nos encontraremos varios handicap. El primero es que si el equipo ha quedado segundo es porque con criterios objetivos el grupo es inferior al otro. Segundo, entre varios factores más, que la actitud del grupo con respecto al logro de objetivos de gran dificultad sera menos positiva que la del otro grupo, por el efecto de derrota, cuando no se alcanza la meta señalada. Para ello tenemos que evaluar, sincera, fría y cruelmente la realidad de nuestro punto de partida. Nuestra planificación estará dirigida por la evaluación de nuestro estado inicial. Segundo: Tenemos que señalar un objetivo principal que sea “alcanzable”. Es ilógico que pretendamos alcanzar el campeonato de liga en la primera temporada del ciclo, si el año pasado estuvimos jugando por no descender. A continuación debemos señalar objetivos secundarios. Estos objetivos tienen que ser coincidentes con el principal. Por ejemplo: No puede ser un objetivo secundario ganar al equipo del pueblo de enfrente, si el partido se disputa en vísperas de un objetivo principal como podría ser una final de copa. La planificación física, táctica y estratégica debe estar dirigida a la preparación de la consecución del objetivo principal, para ello debemos obviar que hay un derbi en las vísperas y centrar la planificación y estrategia en la final de copa, aunque nuestro equipo no se presente al ciento por ciento a un partido emocionalmente importante.

Teniendo marcados los objetivos principales y secundarios, recuerdo, es imprescindible que sean realistas y que puedan ser alcanzados, comenzaremos la planificación. Esta se hará en función de los objetivos en la periodificación de las cargas e intensidades. La planificación no es la Tabla de los Diez Mandamientos. Debe ser dinámica y flexible. Es importante valorar periódicamente si la planificación consigue obtener los objetivos propuestos. Es necesario que cambie esa planificación si las circunstancias cambian y por tanto los objetivos también deben cambiar. Si a principio de la temporada tenemos tres lanzadores y en los momentos importantes de la misma están lesionados, los objetivos (secundarios) deben cambiar, ya que las circunstancias han cambiado y en función de los resultados de los test, el objetivo principal también podría ser susceptible de ser cambiado.



*** Nota de Garbanzito: Esto igual no es lo que esperaban los amigos que me han pedido que siguiera escribiendo, pero igual, si no todo, a alguien le viene bien. Se que tengo varios seguidores que son entrenadores y aunque seguro que lo saben, no está de más recordar cosas básicas

Mañana o pasado la siguiente parte, relativa a esto o a cualquier otra cosa... ya veremos.

sábado, 2 de marzo de 2013

La vuelta al mundo en mi birlocha, quedan ochenta y ocho entradas.


Laura es una muchachita ligeramente mimada, pues sus hermanos mayores y su situación social la han protegido y proporcionado casi todos los caprichos que necesitaba y los que no... Sus trenzas negras como el carbón, los rasgados ojos y su largo cuello, hacen junto a su pequeña y graciosa nariz que adorna su sonrisa, no escape su presencia, a la observación de cualquier persona que tenga la fortuna de estar en la misma estancia. Su principal gracia la hace nombrar por sus vecinos del carril como "La Chata".

Ya tiene edad suficiente para comenzar a tomar decisiones, alguna de las cuales, precisamente por su condición de "la pequeña de los hermanos", son cuestionadas y puestas en entredicho por algunos miembros de su círculo más cercano. Los otros, los que forman el otro círculo, un poco más grande, aunque también, un poco más lejos, tienen la certeza de que la nenica, el ojito derecho de sus padres, hará lo que le salga del mismo arco de su entrepierna, ahora y el resto de sus días.

Cabezona, no demasiado dada al halago ni a las muestras excesivas de cariño y con un punto "de mala follá", heredado seguramente de algún pariente cercano, no es una persona fácil de querer. Ese punto de gata, que araña en cuanto se siente ligeramente acosada, no es más que, como todas las guapas, un subterfugio para protegerse de las acciones que pudieran herirle y no la muestra de un agrio carácter. 

Por contra, su espíritu emprendedor, su risa contagiosa, sus ganas de hacer feliz a todo el que le rodea, su facilidad para empatizar con las personas, su facilidad de palabra y su conversación fluida y espontánea. Su capacidad de liderazgo y su empeño en sobreponerse a la adversidad, mezclado todo esto con su presencia irradiante, la hacen una persona atractiva, respetada y sobre todo querida.

Laura no es una persona fácil. El bobo de Ginés, prendado de su grácil paso, su expresiva y vivaracha sonrisa y por que no decirlo, de su pequeño talle y largas piernas, se ha lanzado a una aventura, que probablemente le acarree algún revolcón y no de los que acontecen en "Los Baños de Mula".

La mañana transcurría plácida  mientras Laura deambulaba por la casa en un empeño en aparentar que realizaba alguna pequeña tarea doméstica, evitando así que su madre le diera la tabarra, ante según ella,  la poca colaboración de la zagala en mantener en orden el hogar paterno. Laura, lejos de estar pensando en barrer el zaguan, llenar las tinajas o pasarle un paño a los cristales, entretenía sus pensamientos en elegir el hato que luciría ese día. Resulta que en septiembre su padre organizó, como todos los años, una esperfolla y entre cantos y anises, la panocha colorá, la primera, la que más alegría y vítores levanta, pues cerciora a los presentes que si hay una habrá más, le salió al Juan.

El mozo pertenece al partío de La Albatalía y a los ojos de Laura el joven posee una envidiable buena presencia. El chico ocurrente y lisonjero, no tuvo mejor idea que acercarse al corro de las mozas y obsequiar con un abrazo chillao, a La Chata. El hecho fue celebrado con alborozo, anises, cuartillos de vino y coplas por los demás vecinos asistentes a la jarana, pues todos sabían que la educación y la cortesía indicaban que, si el anfitrión tiene una hija en edad de merecer, debía ser ésta y no otra la primera en recibir la galanura. A Laura la acción del muchacho la halagó, más que por el abrazo, que no fue nada del otro mundo, por el protagonismo que le otorgaba en el convite del padre y por la posibilidad de que otros sucedieran al primero del efebo, pero esta vez bajo la morera que amojona la acequia, esa que pasa junto al juego de bolos, que según ella ya había estudiado, estaba al abrigo de las miradas indiscretas de los curiosos que conversan en la era.

El joven Juan se gana unos cuartos ayudando a su padre en la poda de frutales. Este año, casi brinca febrero sin realizarse en las tahullas de la familia de Laura, pero a Dios Gracias, hoy, el Juan, sus hermanos y su padre al frente, vendrán a finiquitar la labor.

Laura andaba contrariada pues suponía que a estas horas la cuadrilla ya debería estar en faena. Hoy se había saltado las clases con la inexcusable excusa de ayudar a su madre en el quehacer de la preparación del almuerzo a la gavilla, pero no oía el arrullo de las sierras, ni el murmullo de la conversación de los fámulos.

Laura despistada como pocas, no se percató de la somanta de agua que estaba cayendo hasta bien entrada la mañana, cuando acertó a preguntar a su madre si es que no iban a preparar el ágape a los obreros. La mamá con paciencia infinita y mimoso reproche, le hizo darse cuenta que con la huerta encharcá no hay dios, ni huertano que pise en ella al menos en una semana.

La nenica andaba entredientes refunfuñando, pues el agua impedía que el encuentro con su posible pretendiente se produjera, cuando la aldaba de bronce del portón de madera de morera hacía sonar tres golpes en el pomo, seguidos de un pequeño vocerío: "¡El cartero!". Como la chiquilla zanqueaba por cerca de la puerta, fue ella la que se acercó a atender al mensajero y recogió el manojo de sobres que éste le tendió. Algo le hizo percatarse de que la entrega no era como los demás días... La sonrisa bobalicona del empleado de correos, era distinta a la de otras veces... Parecía como si le diera los sobres con un poco de ritintín. Laura no le dio más importancia, cogió las cartas que le ofrecía el visitante y comenzó a ojearlas con evidente indiferencia.

Lo de todos los días, recibos de la Heredad de Regantes, soflamas del ayuntamiento y una carta roja y azul que lo único que tenía de distinto es que iba dirigida a ella. Con el cabreo que llevaba encima, ahora, las "Destierías Bernal", con ese feo sobre rojo y azul, pretendía que leyera alguna impertinente propaganda sobre su inmejorable Brandy Siglo XIX... ¡No me fastidies, con el agua que está cayendo y mi Juan sin aparecer!, pensó indignada mientras tiraba la carta sobre la almohada de su cama, decidiendo mientras si la rompería por la incompetencia de los publicistas que le enviaban un pasquín de alcohólicos a una señorita o dejarla para leerla luego, más tarde, cuando el aburrimiento de un día desbaratado por la lluvia, la llenara de tedio y de sopor.

viernes, 1 de marzo de 2013

La vuelta al mundo en mi birlocha, quedan ochenta y nueve entradas.


Amaneció el día más tarde de lo habitual a juicio de Ginés. Desde las cuatro de la mañana estaba despierto, con el único objetivo que espiar la llegada del cartero a la casa de Laura. La de ésta era bastante mas grande, moderna y bonita, que en la que él yacía en esos momentos. Ginés duerme en la habitación del fondo, la que en tiempos de sus abuelos se encontraban las pequeñas cochiqueras y que en la última reforma habían pasado a ser habitaciones, entre ellas la suya. Situada en la parte de atrás de la casona, la vista que se podía contemplar no era la más bonita de disfrutar. Los limoneros que plantara su abuelo por los sesenta, sus ramas, amenazaban con invadir el pequeño cuarto y la luz del día se colaba con dificultad entre las frondosas hojas de los frutales. Para Ginés el sol estaba llegando con retraso a su reunión en la que se había citado con el día. Nunca había tenido tantas ganas de que llegara la hora del desayuno.

Ginés, de nuevo maldijo su suerte. El mozo no se tenía por un ser desgraciado, pero si creía firmemente que tenía ese punto de desherado que lo hacía infeliz en momentos puntuales. Presumía de que, si algo inoportuno tenía que ocurrir, siempre se produciría el día que a él más le perjudicara. Evidentemente, como hoy esperaba la llegada del cartero y que tras leer la carta, Laura, pasara por el quijero, levantara la cabeza y lo mirara por primera vez en todos los meses en los que él se dedicaba a observarla... Pues hoy llovía a mares... Pensaba, con el entusiasmo que solo desarrollan los que saben que por mucho que se animen son un equipo inferior y van a perder, el tiempo cambiaría y cesaría la lluvia. Era plenamente consciente que por el quijero que serpentea a la par del azarbe nadie, en su sano juicio pasaría en varios días, debido a la cantidad de barro que se había formado. Pero él, con un optimismo que sabía plenamente injustificado, quería pensar que, si Laura leía su misiva, bien la curiosidad o bien la coincidencia de pareceres, la haría pasar tras la bardiza del juego de bolos de su padre.

El zagalico tenía preparada la excusa que le diría a su progenitor para no ir al conservatorio. Estudios que había elegido, no por su amor a la música, porque él, amor, amor.... cree que de momento sólo lo siente por Laura, si no, porque creía, que tocar el trombón de varas sería más entretenido que estudiar Ciencias Exactas en la Facultad. Existía una segunda causa para elegir ese centro de estudios. La negativa de su padre a comprarle una moto para acercarse al Campus de la UMU, le hacía tener que emplearse en compañeros para ir a estudiar o a adquirir un bonobús de por vida. Ginés, pragmático por convencimiento, calculó que si el trombón de varas no le satisfacía plenamente en el futuro, al menos, se ahorraría un montón de kilómetros y compromisos con compañeros de viaje, ya que el conservatorio se encuentra a unos pocos metros de casa. El caso es que, como su padre estaba deseando que se quedara atendiendo las necesidades del negocio, admitiría encantado que hoy se celebraba el patrón de los músicos de metales, San Huberto de Lieja, ( a la sazón patrón de los metalúrgicos), pues si le decía que era Santa Cecilia, no se lo iba a creer, ya que la abuela era cartagenera y él estaba acostumbrado a ir a la romería de la Santa y le iba a extrañar el cambio de fecha.

Todo salió a la perfección. El padre tragó la trola del jovenzuelo y éste permaneció durante todo el día atendiendo el mostrador del pequeño bar del negocio paterno. Llegó la hora a la que habitualmente solía pasar el cartero y se puso raudo en el umbral de la puerta de la bodega , con el pretexto de recoger el correo, pero con la intención real de ver, si entre las cartas que iba a repartir por las casas cercanas, iba su inconfundible y destacado sobre azul y rojo. La cara se le puso colorá como un pimiento y el corazón se le aceleró a ritmos a los que cualquier mortal hubiera sufrido una crisis cardiaca. Vió el sobre, lo recibiría Laura en unos pocos minutos. A todo esto, el tontín del cartero, acostumbrado a que los sobres rojos y azules fueran para el tabernero, lo puso en el lote de su padre, sin acertar a leer la dirección del destinatario. Ginés tornó a un tono aún más intenso de rojo, pero esta vez de furia y en un alarde de reflejos le espetó al funcionario: “¡Joder, Antonio!. ¡No ves que esta carta es para la vecina, para Laura!. El cartero, miró con asombro el sobre y sólo acertó a musitar. “¡Qué raro que las Destilerías Bernal escriban a esta chiquilla!”.

Esperó el tiempo que estimó necesario para que el cartero llegara a casa de Laura, entregara la correspondencia y ésta leyera su epístola de presentación, que esperaba que no fuera también de despedida...

Pasada algo más de media hora, Ginés se puso las botas katiuskas, cogió en una mano el paraguas y en la otra el rastrillo y a pesar de la tromba de agua que estaba cayendo se dispuso a realizar su labor diaria de alisar el campo de juego, sin otro objeto que el de observar a Laura a su paso. No tardó mucho en recibir un grito desde dentro de la taberna, con el que el padre, exento de ternura, le ordenaba: “¡Tontolpijo, que haces rastrillando el carril con esta tormenta!, ¿No ves que ahí no se va a poder jugar en al menos una semana?. ¡Ven p'acá y haz algo útil en toa la mañana!.

No le quedó más remedio a Ginés que entrar en la casa y ponerse a las órdenes de su padre... Y pensó, de nuevo, ¡qué malo es pensar!. “Le enviaré una nueva carta” dando por descontando que Laura pasaría y él no estaría en el lugar que le había indicado... Y con ésta, contaba Ginés que tendría que comprar un nuevo sello, Laura ya le debería veinte céntimos. Sin duda su historia de amor se estaba consolidando.

Y la carta comenzaba.....