jueves, 27 de septiembre de 2007

I.T.E.

Algunos no relacionarán esas siglas a nada, no habrán oído hablar de ellas, como pueden ser las de EEUU o RPM o cientos más que escuchamos a diario. Por eso titulo así esta entrada, quiero hablar de algo pasado pero no por ello antiguo. Cuando nosotros teníamos diez años, por los setenta, nuestros padres nos hablaban de los cuarenta, realmente sólo habían pasado treinta años y nos parecía el pleistoceno, cuando llegamos a saber, si es que alguno llegó a saberlo alguna vez, a la época que se refería esa palabra.















Vista del Cardenal Belluga desde la casa donde nací, después me llevaron a la calle del Arbol

Si nos remitimos a treinta años atrás, hablaremos de los setenta. Voy a ser un pelín más osado, retrocederé un lustro más, recordaré la segunda mitad de los sesenta. Intentaré encontrar fotos de la época, es difícil pues la mayoría que encontramos publicadas de la Murcia antigua se hicieron a finales de los cuarenta. Escarbando ligeramente en la historia contemporánea, no mucho pues ni uno es historiador, ni este entretenimiento pretende tener más rigor formal que un recuerdo de mi infancia, encontraremos que desde los cuarenta, tras la reconstrucción hasta los cincuenta Murcia estuvo sumida en un subdesarrollo manifiesto, sin ningún dinamismo económico y por lo tanto dormitando esperando el paso del tiempo. En los cincuenta aparecieron los primeros impulsos en la sociedad y economía de la ciudad con el estudio y puesta en marcha del último, hasta esa fecha, plan de desarrollo, el Plan Blein. El río constreñía la urbe e impedía el desarrollo de ésta hacia el sureste. Este plan diseñado por Blein marcaba las pautas del ensanche en esta dirección. Teniendo en cuenta los antecedentes y que mientras que se desarrollaban y ejecutaban las obras debieron pasar unos años, la Murcia de las fotografías de los cuarenta no
Los Maristas al fondo en el centro donde estudié, rodeado de huerta
mostraban una realidad muy diferente a las realizadas a mediados de los sesenta. En esta década los proyectos estaban ejecutados pero aún le quedaba a Murcia mucho de lo que se pudo mostrar veinte años antes. Mas tarde los planes quinquenales de desarrollo de otro famoso personaje dejaron atrás a la Murcia sabrosa, genuina y nos presentaron a una Murcia uniformada al estilo de cualquier ciudad dormitorio de las que rodean a una gran urbe.
Volviendo al título de la entrada, ¿qué es el I.T.E.?. No es otro que el Impuesto de Tráfico de Empresas. Un impuesto que fue sustituido por el IVA, ¿verdad que eso si lo recordamos?, tampoco es tan antiguo lo del “valor añadido”. Esa es la Murcia que yo quiero describir, una antigua pero no tanto.
Es domingo, a las ocho de la mañana ya estábamos de pie. Los cuatro hermanos teníamos la ropa, “de los domingos” sobre una silla del comedor. La ropa de fiesta era totalmente distinta a la de diario. Los componentes eran siilares pero el colorido y la prestancia era sustancialmente diferente a la de ir al colegio. Los zapatos marrones se cambiaban por unos negros o de charol. Las calcetas, del mismo color, pasaban a ser de otro más claro, generalmente blancas. Las camisas tenían los cuellos y puños nuevos, en otro caso se catalogaría de “para todos los días”,
Los Maristas en primer término, lo que ahora es el nudo de la autopista era "La Feria"
el jersey de pico no tenía bolas y al cuello llevábamos una corbata de las de elástico, menos el Capitán Bajoca, que como era más pequeño llevaba pajarita. Mi hermana vestía igual pero con falda y una cinta en el pelo a juego con el jersey o la falda. Los domingos, además de la leche que calentábamos en la olla y que uno de nosotros vigilaba atentamente para que no hirviera, se saliera del cazo y tuviéramos que recogerla de la hornilla, tomábamos “torrás”. Las torrás no son ni más ni menos que la versión proletaria de las tostadas. Pan duro que se tostaba en el fuero de la cocina pinchado con un tenedor. Entonces sólo conocíamos la mantequilla Arias. Nuestras torrás se untaban con mantequilla o aceite y le poníamos por encima azúcar. Los adultos, mi padre y mi madre, allí no había nadie más, se ponían sal, símbolo de madurez en el desayuno. Mi madre nos ofrecía ponernos aceite, como no queríamos líos con ella, con mucha educación rehusábamos el ofrecimiento. No era la primera vez que nos machábamos la ropa de los domingos con el aceite que resbalaba entre el pan caliente y nos manchábamos “la ropa de los domingos” teniendo que soportar el berrinche de mi madre, así como la “medalla” en todos y cada uno los actos previstos para la fiesta. El primero era ir a misa de diez, a la Iglesia de San Antolín.
Vivíamos en la calle San Luis Gonzaga, primero siete y luego con la revisión catastral de los años setenta once, primero izquierda. En la puerta de entrada al inmueble, eufemismo con el que se denomina a un caserón con seis viviendas que ya era viejo el día que lo construyeron, había una aldaba. Cuando un visitante venía a casa y la puerta estaba cerrada daba unos golpes con ella en la puerta. Cada vivienda tenía convenido un número de golpes, cuando daban cuatro es que la visita venía a casa. Abríamos la puerta de casa, nos asomábamos al descansillo y tirábamos de la cuerda que mediante pequeñas poleas abrían la puerta de la calle. Lo siguiente que nos había enseñado a hacer mi madre era preguntar “¿quién es?.
La calle era conocida popularmente por “la calle del árbol”, nombre que nunca entendí pues jamás vi en ella ni uno solo de estos elementos. Sinuosa y de tierra nos conducía al barrio.
Salíamos de casa en dirección a la farmacia de Botía. El farmacéutico era el referente de la calle y el hombre con más lustre y prestigio del contorno. La
Salto de agua en la calle Teatro Circo
farmacia hacía pico esquina en un cruce de cuatro calles. De frente por un estrecho callejón salíamos en dirección al “Jardín Botánico”, nombre que seguía teniendo un descampado en el que en el pasado hubo un pequeño jardín. Cuenta la leyenda que habían cientos de plantas distintas. Los críos y mayores del lugar lo conocíamos por “La Feria”, ya que en septiembre en ese enclaver montaron durante muchos años las atracciones feriales. En ese inmenso erial habían tres pequeñas construcciones. En el centro pegada al Malecón estaba la casa de ensayo del “Orfeón Fernández Caballero”. Más hacia la parte del Puente Viejo nos encontramos la sala de fiestas de verano “Nairobi”, lugar que se caracterizaba, como era tan crío era en lo único que me fijaba, por tener una pantera de piedra negra en medio de las escaleras que daban acceso al Malecón. Hoy en día las escaleras perduran pero de la pantera nunca más se supo. A la altura del Nairobi pero orientada a la parte que está junto al Mercado de Verónicas estaban las instalaciones deportivas del Frente de Juventudes. Demasiado nombre para una simple pista de baloncesto con unos barracones sin duchas que servían de vestuarios.
Volviendo a la esquina de la farmacia, si nos íbamos hacia la derecha recorríamos otra calle también sin pavimentar en donde lo primero que nos encontrábamos era la panadería del Cartagenero. Establecimiento, que no se porque, supongo que porque no era muy limpia, mi madre no nos dejaba comprar el pan y nos enviaba, primero a San Andrés “anca Carlos” y más tarde mucho más cerca a la del “Manco”. El pan se vendía a peso y cuando faltaban unos gramos para el
La Gran Vía
oficial, de las seis barras que por entonces se compraban, nunca jamás oí hablar de un colín, baguette y menos chapata, cortaban un trocico de otra y la ponían en la bolsa verde a cuadros donde guardábamos el pan. Ese trozo era el que utilizábamos para calmar nuestro hambre en el paseo que nos devolvía a casa. Tras la panadería del Cartagenero, el bar de Carrampón, uno de los muchos que visitaba mi padre y por supuesto yo en su compañía. Seguidamente nos encontrábamos el que fue mi primer colegio, el de doña Amparo. Esta institución docente se caracterizaba por un par de cosas. La primera era que había que pagar (por eso tuvimos que salir de allí pitando) y otra porque doña Amparo, a la que siempre conocí mayor y gorda más don Antonio pegaban unos palmetazos en las manos de aupa. La palmeta era una regla de madera antigua que tenía el mismo grosor que una viga maestra. El hablar en clase, el no saber una respuesta o no haber hecho la caligrafía eran merecedores de dos, tres y más palmetazos, en función del humor que nuestra maestra tenía ese día. Hacia delante ya era huerta y nos encaminábamos hacia el Malecón, encontrándonos con un conjunto de viviendas bajas, más bien chabolas que se reunían alrededor de un pilón de agua que daba acceso a la escalera que tras cruzar el Malecón nos llevaba a los Maristas, último colegio en el que estuve.
En la farmacia si nos íbamos hacia la izquierda cogíamos la primera calle del barrio que estaba con asfalto y que accedía directamente hacia lo que llamaríamos casco urbano. Misa de diez y a continuación la catequesis que nos preparaba para hacer la comunión a cargo de los Hermanos Maristas y de su corte de chicos de PREU que estaban internados en el colegio. Al terminar siempre nos regalaban unas golosinas y un tebeo.
Al salir de la catequesis, sobre las once y media, sino era antes ya éramos hombres libres. Generalmente nos dirigíamos hacia la calle del Pilar.
Plaza del Cardenal Belluga
Hoy en día calle peatonal tomada por los chinitos que venden de todo y a todas horas. En aquella época era también una calle comercial pero con negocios del barrio. Recuerdo con especial cariño la droguería Botylibar, pues el padre de mi amigo Francisco Caravaca era el dueño. Al entrar en la calle lo primero que hacíamos era parar en “La Botera”. La Botera fue el primer centro de ocio que yo conocí. Se podía jugar al futbolín, al billar y también comprar los periódicos y revistas del momento, siendo el diario “Pueblo” lo que más se vendía junto con La Verdad y el Línea periódicos locales. Una vez jugadas unas partidas al futbolín, en función de los reales que lleváramos, proseguíamos nuestro camino. Nos adentramos en el barrio de San Pedro, ya intramuros de la ciudad antigua, dejando el arrabal. En San Pedro habían varios sitios que visitar, lo primero era un bar que al principio estaba en un callejón sin salida donde hacían unos “caballitos” riquísimos. Más tarde me acordaré del nombre. A continuación pasábamos por la Plaza de las Flores y Santa Catalina. En la Las Flores estaban como elementos más característicos el templete y la marquesina del Bar La Tapa y la Funeraria de Jesús. En Santa Catalina nos encontramos con una cristalería “La Veneciana” que hacía que nos paráramos delante de sus escaparates a mirarnos en sus bellos y grandísimos espejos, ¡es que íbamos de domingo!. En esa plaza estaba la sede de la aseguradora La Unión y el Fénix, con su característica estatua del Ave sobre su cúpula. Otro elemeno, además de la iglesia que le da nombre, es el monolito coronado con la imagen de la Inmaculada que está en el centro y que era en el día de su homónima punto de reunión de los fastos en honor de la virgen. Salíamos
El Malecón al fondo. Los molinos de pimentos en ambas orillas del río.
El de la izquierda se llamaba el Molino de Roque, hoy no existen
de la plaza por la derecha. En un callejón estrecho habían varios comercios que nos llamaban la atención. Lo primero una tienda, que hoy aún existe, donde venden figuras de santos y pinturas, por nosotros, que somos del arrabal, llamados cuadros. Seguidamente el estudio fotográfico “Orga”, lugar donde nos hicieron las fotos de la primera comunión y por donde todos los domigos pasábamos para admirar las instantáneas de los chicos que ya la habían celebrado y las fotos de las novias. Enfrente estaba el “Mostrador de Piedra”, comercio que exponía en su escaparates las últimas novedades en juguetes y que nosotros admirábamos con la esperanza de que ese año nos los trajeran “Los Reyes”, apócope con el que nos referíamos coloquialmente a los Reyes Magos. Seguidamente pasábamos por la puerta lateral del desaparecido Cine Coy, que después pasó a ser una pista de patinaje y en la actualidad un Mercadona y consultábamos las carteleras y si había función matinal.
Cruzábamos la Gran Vía por “Calzados Segarra” y tras admirar las Chiruca, las botas de militar y demás calzado que nunca tendríamos, nos dirigíamos directamente por la Catedral hacia “La Cosechera”. Este bar era un lugar grande, lleno de barriles de madera con artesonado en el techo y con el mostrador protegido por una pequeña barandilla del mismo material que los toneles por el lugar donde estaba la caja y que siempre estaba vigilada por un señor mayor que nosotros intuíamos que sería el dueño. Allí mi padre, que salío de casa tras nosotros, jugaba a las porras con sus amigos. Mientras tanto nos tomábamos unas Mirindas de limón a su salud. Cuando acababa temprano nos íbamos de la mano de él, mi hermana de una, yo de otra. El Capitán Bajoca asido a la de mi hermanica que como una tigresa en celo lo vigilaba y yo prendía la de mi hermano Pepe al que no soltaba bajo ningún pretesto y haciendo tal fuerza que el pobrecico, que cuando era chico no se quejaba, no como ahora, llegaba con ella estrujada a casa. Cruzábamos el barrio de San Lorenzo por su parte más corta, directamente por la puerta de la plaza de abastos. De allí en el cruce con la Calle Puerta Nueva nos parábamos a ver el gran salto de agua que había justo a la entrada de la calle donde estaba el cine “Teatro Circo”. Este salto no era otro que una acequia cimbrada que en ese lugar estaba al descubierto y que hasta bien entrados los años setenta no fue tapada definitivamente. De allí, ya de regreso, nos dirigíamos hacia la Plaza de Santo Domingo, cruzábamos de nuevo Gran Vía, saliendo de “tierra extraña” volvíamos a San Andres, esta vez por la calle Santa Teresa y desembocábamos en el bar “La Viuda”. En él, Paco nos servía unas cervezas, a quien estaba en edad de tomarlas y unos caballitos. Por el Matadero antiguo, hoy un jardín donde sólo hay inmigrantes aburridos y que da la bienvenida a los pasos de Salzillo cuando estos salen a la calle el Viernes Santo cruzábamos la calle y por “El Picadero” regresábamos de nuevo a la calle del Arbol esta vez por el lado contrario, por la esquina donde estaba la carpintería. Dejábamos atrás la corrala donde se hacinaban decenas de familias gitanas, con las que nunca tuvimos un solo problema y mi padre, el único que llegaba a la aldaba de la puerta, daba cuatro golpes para que mi madre la abriera y subiéramos a comer. Por la tarde, si jugaba el Murcia, esta vez solos mi padre y yo, iríamos a la Condomina. Mi madre y mis hermanos nos esperarían al finalizar el fútbol en el quiosco, hoy desaparecido, de la esquina de la calle Puerta de Orihuela, ero eso ya lo contaré otro día.
Hasta la próxima, querido diario.

9 comentarios:

Juanma dijo...

Xe Paco, muy chulo el post. Lo de vestirse de domingo tampoco ha cambiado mucho, que en Murcia sois muy de mudaros en las fiestas de guardar.

P.d.: Como sigas escribiendo en este tono vas "a romper" tu imagen internauta.

aixiya dijo...

No se que decir. Supongo que te habra invadido la nostalgia al escribir estas letras. Bueno ha servido para preguntarme a mi mismo que sé de Murcia, y para ser sincero si me hubieran preguntado por Murcia lo único que me vendría a la mente serían palabras como "Huerta", "Manga del Mar menor", "Cartagena","Sequía", etc. y las horribles galas de "Murcia Que bella eres!" de TVE. ¿Y de la capital? como mucho "la Condomina", y eso que no soy futbolero.
No obstante pondré remedio a mi incultura Murciana. De momento conozco la Semana Santa y que no tiene playa! jeh! jeh!

capitanbajoca dijo...

Ende Luego... no has podio guardarte el asunto de mi pajarita a cuadros, no sabes como dejarme en evidencia eh? Pues que sepas que habia otra diferencia en la ropa "de los domingos", vosotros de pantalón largo y yo de corto (insufrible pero cierto).

En fin buen relato, pero como cuentes todas nuestras miserias, no nos van a querer en ningún lado.

Un abrazo chillao.

Andreseitor dijo...

Me ha gustado tu relato porque lejos de sentimentalismos, creo que has reflejado la "miseria" del día a día de Murcia que parece a muchos se les ha olvidado en cuanto tienen tres perricas.

Juanma dijo...

Para cuando una foto del Captain con la pajarita???

XARLI dijo...

Si es que cuando mi Paquico saca su vena romántica y nostálgica, ¡cualquiera diría que es un peazo de tío con pelico ande hay que tenerlo!...
Ahora bien, lo cierto es que tu mayor edad (je-je) te da un güevo de ventaja a la hora de narrar peripecias de color sepia. El nenico del viento y servidor, somos de otra generación, y por lo que cuentas, bastante más güertanos que tú, que eres puramente un animal de ciudad (porque resulta que viviste en el puritico centro). Asi que no vengas luego dándotelas de puritito macho cabrío, de los que tiran pal monte... Ya ves: Stani criao debajo del "cristo" de Monteagudo, y yo, en Santiago y Zaraiche, ¡casi nadie al aparato!
Weno, en fin, déjame un par de días al menos que rasque de mis recuerdos y prepare una bonita historia. Podría ponerme a detallar como has hecho tú los comercios del barrio, porque supongo que detallar los de los centros comerciales de ahora no valdrán, ¿verdad?

XARLI dijo...

¡Ah! Por cierto, lo que más me ha llegado es cuando hablas de un "pico esquina"... Como verás la "güertanería" la llevo en la sangre, y de ahí el nombre elegido para mi blog.
Ale, nada más. Quien quiera ver la tercera parte de este baño de murcianismo que se dé una güeltica por mi "blós".
Y quien me quiera conocer en persona que se pase el domingo por La Unión, que voy a ver si consigo no caerme de la bici en el Duatlón Cros.

stani dijo...

Garban cuando pasabas por la calle del pilar bajando a las Flores allí dónde empieza la cuesta de la magdalena no notabas algo raro en el ambiente?

Anónimo dijo...

Paco has hecho una descripción fenomenal de lo que era La Murcia de esa época.
Paco tú que tienes algún año más que yo (no muchos) y que vivías en San Antolín, debiste conocer al hermano de mi abuela (Antonio Carrión Valverde-escultor), hijo de un alfarero que tenía el taller justo enfrente de la iglesia de Jesús.
Que recuerdos.

Saludos. Bali