Pasaron
algunos días y nada parecía haber sucedido. La huerta se torna
triste cuando la lluvia golpea con la insistencia del tic-tac del
reloj. Sabemos que al siguiente segundo escucharemos el tic para
inmediatamente ser contestado como el eco por el tac. No hay fin, no
hay cambio, no hay solución
Pues
sumido en la tristeza de un carril sin paseantes. de un juego de
bolos sin parroquianos, de un día más sin respuesta de Laura, pasó
Ginés las siguientes jornadas. El nenico salía a la puerta de la
taberna y miraba tras la bardiza que separa el juego del azarbe,
junto a la gran piedra que por arte de bilibirloque había aparecido
al comienzo del quijero en la linde de su padre.
La
piedra ya le había traído a Ginés algún problema con el
tabernero. El papa del mozuelo, le había comentado en alguna ocasión
que, como pillara a los zagales, que él suponía habían puesto el
pedrusco al comienzo de la valla, les iba a meter un cocotazo que los
iba a poner mirando “p'a La Fuensanta”. El morroncho de Ginés,
en vez de pensar que como se diera cuenta el tabernero que el “cacho
canto” lo había puesto él, el jetazo no iba a ser pituso, se
entretenía en idear un paseo con la Laura entre los pinos piñoneros que
rodean el santuario y los lugares próximos.
En
la parte de atrás de La Fuensanta entre las moreras que jalonan la
explanada donde estacionan los carros el día de la romería. Justo
donde la era da comienzo al cejo por el que discurre la rambla. Por
allí parte una senda muy estrecha que a media altura del raiguero
serpentea a veces cegada por la bardomera, otras clara y diáfana
hasta llegar a la altura del Cenobio de Nuestra Señora de La Luz.
Este no era otra cosa que uno de los que en el S. IV a.c. formaban
una red de santuarios ibéricos que estaban al servicio de la diosa
de la fecundación, Deméter. Esto último, el mandanga del chiquillo
lo desconocía y por tanto ignoraba que la Laura siquiera osase a dar
un paso por esa estrecha y coqueta senda, si supiera que lo que le
esperaba al fin de la misma, era una ofrenda para solicitar a la diosa
su fecundación... Su padre la desloma siquiera por imaginarlo.
Seguía
Ginés, en estos y otros sueños, mientras trajillaba la arena del
carril de juego y vigilaba con el ojo que tenía desocupado, pues
con el otro estaba atento a su padre. Creía que éste estaba
perdiendo la paciencia con él, pues no hacía otra cosa que cuidar
el albero y pronto podría recibir un capón por la espalda, en
represalia por la indolencia que mostraba a las órdenes que vociferaba, cuando vigilando el tolmo, ara donde esperaba que su amor
quedara signado con el depósito de una carta, vio pasar a Laura.
Le
pareció que ésta había parado un poco antes de la piedra, mirado
alrededor y despues sejar para, en su opinión, nada objetiva,
esfisar si bajo la piedra había una carta. Ginés que se aplicó con
prontitud y nada de reflexión el cuento de “Creía el ciego que
veía y eran las ganas que tenía” experimentó un angor y a la vez
un júbilo que no podían ser provocados, mirados de manera objetiva,
por ninguno de los hechos que ocurrieron. Lleno de alborozo, creyendo
que Laura había leído la carta y esperaba otras, dispuso papel de
estraza, pues evidentemente un papel de menos resistencia a los
elementos, bajo la piedra y con las humedades de la huerta y Marzo,
no sería soporte suficiente para mantener las letras, que
manifestaban su amor, si Laura, como estaba ocurriendo en la
actualidad, dilataba tanto sus paseos por la trocha.
La
carta decía así:
Estimada
Laura:
He
estado pacientemente observándola estos días. Fundamentalmente he
observado que usted no ha pasado en varios por la cieca que está en
el linde, por lo tanto no la he visto, pero como el objeto era
observarla, si acaso hubiera pasado, he observado que no he podido
observarle. Y creo que con esto está todo bastante bien explicado.
Hoy. Sabrá que día es hoy cuando lea ésta (por la fecha), ya que cuando
ojee la misiva no será hoy, si no otro día, que no es hoy. No sabré
que día la leerá, pero con esta información tan precisa, si sabrá
que día la he visto pasar. Pues como le estaba indicando en esta
perorata, me pareció que usted había mirado con el rabillo del ojo la piedra donde le indiqué , depositaría en el futuro mis cartas
encendidas de apasionado amor.
Se
que se habrá sentido profundamente decepcionada al no encontrar
sobre alguno bajo el pedrusco, pero es que escribí una, hace ya unos
días y por la lluvia, la torrentera, la bolsa, si , esa del atún de
hijá donde le guardo mis palabras de amor, se esfaró por el partior
y creo yo que ahora estará más allá del Rincón de Bonanza, bonito
paraje del partío de Orihuela. No tiene al caso indicarle esta
pequeñez, pero como se que usted es estudiante y creerá que sólo
soy un tabernero, le indico este pequeño detalle de mi erudición para
que, si a bien lo tiene, no sea un impedimento para nuestra relación.
Con mi sapiencia y saber estar no se sentirá usted de menos cuando,
en el futuro, ose a dar el paso de presentarme ante sus amistades.
Además como soy trombonista siempre puedo apañar una fiesta o
reunión en la que usted tenga a bien participar con mis melodías.
Al final llegaré a ser el único que no querrán sus amigos de
usted, falte a los jolgorios.
Desearía
aprovechar estas letras para suplicarle que en el futuro y si usted
me lo permite, nuestro trato se haga un poco más cercano y pudiera
llamarla de tú y si a usted no le incomoda acompañar su nombre con
algún adjetivo cariñoso que denote lo prendado y cautivado que
estoy por su persona, como por ejemplo: Mi bella Laura...
Deseo
que en la próxima podamos hablar de nuestros sentimientos de una
forma más informal y cercana, pero para ello debo recibir
autorización expresa por su parte y si acaso, en el futuro podríamos
vernos en las moreras esas que están a tres palmos de la orilla de
la cieca, pero no quiero ser atrevido y que piense que mis
intenciones son deleznables. Así que ese punto lo dejaremos para
cuando nuestra relación sea menos rodreja.
Esperando
con ahelo su carta y suplicando pueda usted acceder a mis nobles
y sentidos deseos,
Se
despide de usted, éste que lo es
Ginés
La
Arboleja, Marzo de 2.013
A
todo esto Ginés desconocía varias cosas. La primera que Laura no
había leído la carta y lo que pareció un ligero retroceso para ver
si bajo la piedra había alguna , fue un esfarato de la chiquilla, por el suelo embarrado y lo suyo no fue más que un movimiento
para equilbrar su lindo talle y no dar con sus preciosos huesos en el
charquero que se había formado por la lluvia. También Ginés
desconocía que Laura había tenido la misma idea, la de
utilizar las moreras, las que están junto a la regaera, pero no
tenía intención de que fuera Ginés el mozo que la rondara bajo
ellas...
2 comentarios:
menos mal que el zagalico ha resucitado, ahora solo le falta que Laura quiera pelar la pava con él
Aquí hay tema, vaya que si hay tema!!!
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