sábado, 2 de marzo de 2013

La vuelta al mundo en mi birlocha, quedan ochenta y ocho entradas.


Laura es una muchachita ligeramente mimada, pues sus hermanos mayores y su situación social la han protegido y proporcionado casi todos los caprichos que necesitaba y los que no... Sus trenzas negras como el carbón, los rasgados ojos y su largo cuello, hacen junto a su pequeña y graciosa nariz que adorna su sonrisa, no escape su presencia, a la observación de cualquier persona que tenga la fortuna de estar en la misma estancia. Su principal gracia la hace nombrar por sus vecinos del carril como "La Chata".

Ya tiene edad suficiente para comenzar a tomar decisiones, alguna de las cuales, precisamente por su condición de "la pequeña de los hermanos", son cuestionadas y puestas en entredicho por algunos miembros de su círculo más cercano. Los otros, los que forman el otro círculo, un poco más grande, aunque también, un poco más lejos, tienen la certeza de que la nenica, el ojito derecho de sus padres, hará lo que le salga del mismo arco de su entrepierna, ahora y el resto de sus días.

Cabezona, no demasiado dada al halago ni a las muestras excesivas de cariño y con un punto "de mala follá", heredado seguramente de algún pariente cercano, no es una persona fácil de querer. Ese punto de gata, que araña en cuanto se siente ligeramente acosada, no es más que, como todas las guapas, un subterfugio para protegerse de las acciones que pudieran herirle y no la muestra de un agrio carácter. 

Por contra, su espíritu emprendedor, su risa contagiosa, sus ganas de hacer feliz a todo el que le rodea, su facilidad para empatizar con las personas, su facilidad de palabra y su conversación fluida y espontánea. Su capacidad de liderazgo y su empeño en sobreponerse a la adversidad, mezclado todo esto con su presencia irradiante, la hacen una persona atractiva, respetada y sobre todo querida.

Laura no es una persona fácil. El bobo de Ginés, prendado de su grácil paso, su expresiva y vivaracha sonrisa y por que no decirlo, de su pequeño talle y largas piernas, se ha lanzado a una aventura, que probablemente le acarree algún revolcón y no de los que acontecen en "Los Baños de Mula".

La mañana transcurría plácida  mientras Laura deambulaba por la casa en un empeño en aparentar que realizaba alguna pequeña tarea doméstica, evitando así que su madre le diera la tabarra, ante según ella,  la poca colaboración de la zagala en mantener en orden el hogar paterno. Laura, lejos de estar pensando en barrer el zaguan, llenar las tinajas o pasarle un paño a los cristales, entretenía sus pensamientos en elegir el hato que luciría ese día. Resulta que en septiembre su padre organizó, como todos los años, una esperfolla y entre cantos y anises, la panocha colorá, la primera, la que más alegría y vítores levanta, pues cerciora a los presentes que si hay una habrá más, le salió al Juan.

El mozo pertenece al partío de La Albatalía y a los ojos de Laura el joven posee una envidiable buena presencia. El chico ocurrente y lisonjero, no tuvo mejor idea que acercarse al corro de las mozas y obsequiar con un abrazo chillao, a La Chata. El hecho fue celebrado con alborozo, anises, cuartillos de vino y coplas por los demás vecinos asistentes a la jarana, pues todos sabían que la educación y la cortesía indicaban que, si el anfitrión tiene una hija en edad de merecer, debía ser ésta y no otra la primera en recibir la galanura. A Laura la acción del muchacho la halagó, más que por el abrazo, que no fue nada del otro mundo, por el protagonismo que le otorgaba en el convite del padre y por la posibilidad de que otros sucedieran al primero del efebo, pero esta vez bajo la morera que amojona la acequia, esa que pasa junto al juego de bolos, que según ella ya había estudiado, estaba al abrigo de las miradas indiscretas de los curiosos que conversan en la era.

El joven Juan se gana unos cuartos ayudando a su padre en la poda de frutales. Este año, casi brinca febrero sin realizarse en las tahullas de la familia de Laura, pero a Dios Gracias, hoy, el Juan, sus hermanos y su padre al frente, vendrán a finiquitar la labor.

Laura andaba contrariada pues suponía que a estas horas la cuadrilla ya debería estar en faena. Hoy se había saltado las clases con la inexcusable excusa de ayudar a su madre en el quehacer de la preparación del almuerzo a la gavilla, pero no oía el arrullo de las sierras, ni el murmullo de la conversación de los fámulos.

Laura despistada como pocas, no se percató de la somanta de agua que estaba cayendo hasta bien entrada la mañana, cuando acertó a preguntar a su madre si es que no iban a preparar el ágape a los obreros. La mamá con paciencia infinita y mimoso reproche, le hizo darse cuenta que con la huerta encharcá no hay dios, ni huertano que pise en ella al menos en una semana.

La nenica andaba entredientes refunfuñando, pues el agua impedía que el encuentro con su posible pretendiente se produjera, cuando la aldaba de bronce del portón de madera de morera hacía sonar tres golpes en el pomo, seguidos de un pequeño vocerío: "¡El cartero!". Como la chiquilla zanqueaba por cerca de la puerta, fue ella la que se acercó a atender al mensajero y recogió el manojo de sobres que éste le tendió. Algo le hizo percatarse de que la entrega no era como los demás días... La sonrisa bobalicona del empleado de correos, era distinta a la de otras veces... Parecía como si le diera los sobres con un poco de ritintín. Laura no le dio más importancia, cogió las cartas que le ofrecía el visitante y comenzó a ojearlas con evidente indiferencia.

Lo de todos los días, recibos de la Heredad de Regantes, soflamas del ayuntamiento y una carta roja y azul que lo único que tenía de distinto es que iba dirigida a ella. Con el cabreo que llevaba encima, ahora, las "Destierías Bernal", con ese feo sobre rojo y azul, pretendía que leyera alguna impertinente propaganda sobre su inmejorable Brandy Siglo XIX... ¡No me fastidies, con el agua que está cayendo y mi Juan sin aparecer!, pensó indignada mientras tiraba la carta sobre la almohada de su cama, decidiendo mientras si la rompería por la incompetencia de los publicistas que le enviaban un pasquín de alcohólicos a una señorita o dejarla para leerla luego, más tarde, cuando el aburrimiento de un día desbaratado por la lluvia, la llenara de tedio y de sopor.

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