sábado, 14 de septiembre de 2013

Cualquier cobarde que huye merece mi respeto (III)

Diario de un crucerista sin vocación

Si siempre haces lo que haces siempre, siempre llegarás donde siempre llegas

Cuando Garban comenzó a dar vueltas a la idea de realizar un crucero, lo primero que hizo fue dividir el gran problema, que crucero hacer, en pequeños problemas. De tal forma que en el momento de elegir uno, no tuviera que resolver una gran duda sino que, el viaje, tomara forma después de haber resulto pequeñas cuestiones más fáciles de afrontar.

El primer paso fue decidir en que época del año realizarlo. Estaba claro que en período de vacaciones. Pero... ¿En qué momento?. Decidió que sería en la segunda quincena de septiembre. De esta manera tendría algún día bueno de verano, ya que como el medio acuático era el hilo conductor del viaje, con un poco de suerte dispondría de algunos días de calor, que hiciera soportable la estancia en el barco, al aire libre, disfrutando de las actividades que propusiera la organización. Además se quitaba de un plumazo los molestos niños que merodean en ese tipo de viajes por todos sitios, pues tenía la secreta ilusión, que estarían enfrascados en sus estudios.

La segunda cuestión era a donde no quería ir. Es más fácil, en opinión de nuestro chico que, una vez eliminados los lugares que tenía claro que no le gustaría visitar, el abanico de viajes se viera sensiblemente reducido y por ende, la elección más simple. Eliminó todas las rutas que en algún punto tocaban Turquía o algún que otro lugar de la costa mediterránea africana.

Con el listado sensiblemente reducido, procedió a borrar de la lista las navieras u organizaciones de origen español o similar. Entendía Garban que la lista de conocidos de Soria, Logroño y demás paradisíacos lugares de la península la tenía suficientemente completa y le apetecía añadir a su carpeta de contactos apellidos más exóticos que Gómez o Martínez. Además, si el idioma preponderante no era el castellano, a la media aventura de un crucero organizado le podría poner la guinda de luchar cuerpo a cuerpo con la lengua, lo que le añadiría ese punto de incertidumbre que podría llevar el hacerse comprender y el suspense añadido de espabilar para no terminar durmiendo en una caja de cartón o comer todos los días bolsas de golosinas de la máquina expendedora.

Después, tachó de la lista todos aquellos que se salían de su exiguo presupuesto, para que con una retahila corta de posibilidades elegir entre los barcos posibles. Tras ver las fotos y sin otro punto de apoyo que esto, eligió el único que quedó en la lista. El EPIC de NCL. Tras este exhaustivo y metódico trabajo, no quedó más que encomendarse a la diosa Fortuna y esperar que el viaje correspondiese a sus expectativas.

En la perola de Garban se había compuesto un relato en el que imaginaba un viaje exótico por unos lugares bellísimos, llenos de aventuras y glamour.

Lo cierto es, que de momento y como primera impresión ha llegado a la conclusión que el viajar en crucero dista bastante de esa idílica imagen de viajeros con un fuerte potencial económico, todo lujo y sofisticación. Vamos que cree Garban que un crucero es al turismo de lujo, lo que el hotel Legazpi es al Siete Coronas Silken. Cree que esa fotografía de la señora envuelta en pieles, a la que los mozos le bajan los baúles del barco, es tan irreal como poco frecuente. Se parece más a esos turistas, coloraos como cangrejos que pasean por la puerta del Casino de Murcia con sandalias y pies protegidos por preciosos calcetines blancos, pantalones piratas que conocieron mejores tiempos y llamativas camisetas serigrafiadas con frases en idiomas ininteligibles que sonrojarían a las más vanguardista de nuestras abuelas si supieran adivinar que es lo que publicitan en ellas. Que te aconsejen que lleves una mochila con todas las cosas necesarias para cualquier eventualidad durante el primer día, que debes pasear por todas las cubiertas y puentes hasta que bien entrada la noche puedas acceder a tu camarote, le parece al Garban, más propio de la Romería de Septiembre que de un crucero con lujos asiáticos.

Pues eso es lo que he hecho en primer lugar, componer una mochila que llevara todo aquellos “porsis” que su imaginación pueda prever. Chanclas, bañador y tohalla para el baño. Calzoncillos varios por si le da correncia. Bolsa de aseo de emergencia. Camisetas y pantalón de repuesto. Algo de abrigo, algo por si  llueve. Cámara de fotos, e-book. Cable del móvil, portátil... Dinero, documentación, papeleo de embarque… Vamos, que ha visto a sherpas en el himalaya que transportaban bultos con menos peso y utensilios que el. Tras compilar la primera mochila, tuvo que recurrir al trastero de la abuela para coger la “canadiense” que en tiempos inmemoriales llevaba a las aventuras pirenaicas. Una vez pasado el cuarto chequeo al equipaje “de mano”, decidió que podría aguantar el llevar un restregón en los gayumbos todo el día u oler a estiércol de caballo a partir de la tercera hora embarcado. Sacados más de las tres terceras partes del contenido, procedió a devolver la “canadiense” al trastero de donde nunca debió haber salido, desatender las indicaciones de la naviera y aventurarse con una mochila más pequeñica, más mona, que pudiera realzar su apuesta y gentil figura… A fin de cuentas el objetivo del crucero no era ligar bronce, si no mostrar el paisaje, la mercancía y como dijo Jesucristo un día de los inspirados “Dejar que las nenas se acerquen a el”.

Teniendo salvadas, en teoría y a la espera de los acontecimientos, las primeras y críticas horas de crucero. Un comienzo desafortunado haría que la “mercancía” se devaluara, lastrándole a la hora de cotizar al alza en el grupo de “maduros interesantes y solteros del viaje”, pasó a la siguiente fase. La maleta principal.


Se enfrascó Garban en componer la maletita de los cojones, siendo esta parte la más simple de todas. Intuía hace tiempo que su fondo de armario era escaso y en ese momento pudo comprobarlo. Metió en la maleta toda la ropa de invierto y la de verano. Como aún sobraba sitio, empaquetó también todos los zapatos, la ropa de deporte, la interior y la de estar por casa. Dos juegos de sábanas, un nórdico y seis pares de toallas más, fue suficiente para que la maleta tuviera un aspecto saludable y no pareciera la piel de un cordero recién nacido. De tal manera que tras recorrer la casa al cerrar la maletita, solo quedaba en ella los muebles, pues hasta la tele ha metido en el equipaje por los “porsis” ya que tenía sitio de sobra. En este momento podría conocer a una joven nórdica y desde el puerto tomar rumbo a Finlandia a conocer a sus padres, con tal atino, que si ellos tuvieran a bien concederle la mano de su hija el único requisito que necesitaría para casarse con la niña, sería el visado del consulado…

Pues eso, que Garban tiene todo dispuesto y lo único que le resta es poder conciliar el sueño esta noche, pues los nervios del agitado día de vísperas lo tienen desquiciaíco…

Sábado Valencia para presentar sus respetos a una antigua locura de juventud y domingo Barcelona, donde tomará su bautismo de crucerista, pues supone Garban, creemos que con acierto, que los viajes “Denia-Ibiza” y “Almería-Melilla”, no pueden ser tomados propiamente como cruceros… Y menos de lujo.

No hay comentarios: