viernes, 19 de septiembre de 2008

¡Hágase la Luz!. Y la luz se hizo.

Pues sí. Así comienza la historia, bueno… la historia documentada de aquella forma. Al fin y al cabo si algo está escrito en un libro podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que al menos uno se erró al explicar algo antes que yo.

En el antiguo testamento se narran algunas historias de manera que fueran entendibles por nuestra mezquina y corta entendedera, al menos la mía es cortica, ya me lo dice mi santa. Como en esos libros es donde muchos encuentran la verdad, la revelada y la divina, allí que voy yo para hallar la explicación de lo que me acontece. Buscando y rebuscando me termino el primer tocho, es decir el Viejo Testamento y me veo comenzando el Nuevo hasta que por fin, encuentro la explicación a mi situación, que como podrás entender, querido diario, es perfectamente lógica si le aplicamos las enseñanzas que la lectura nos proporciona.
Ahora nos ponemos todos en pie:

Multiplicación de los panes (Lc 9, 12-17)
Estaba Jesús rodeado por una multitud de más de cinco mil personas. Los apóstoles le dijeron que los despidiera para que vayan a los pueblos cercanos en busca de alojamiento y comida. Sin embargo, Jesús les dijo que repartieran su comida entre ellos, a pesar de que no tenían más que cinco panes y dos peces. Jesús tomó estos alimentos, los partió y los bendijo, y los dio a los discípulos para que los repartieran entre la gente. Todos comieron hasta saciarse, y aún sobraron varios canastos.

Una vez leída la palabra paso a relatar, como lo que sucede en mí es digno de ser puesto en conocimiento del obispado, para que si lo estimara oportuno, se abriese expediente y procedieran a investigar en mi persona, si acaso soy un ungido.

Comencé con entusiasmo inusitado mi camino hacia la perfección, entendiendo por ésta el que me quedara perfectamente flaco, con el único objetivo de agradar a dios, miento, que esto el omnipresente lo lee también, decía, con el único objetivo de poder correr un poquico más rápido de lo que ahora lo estaba haciendo. “ Y al comienzo fue la luz” y por ello me puse a lo básico: Me pesé. Mi super-báscula, la adulo para intentar que en un futuro se olvide del rencor que me tiene y se torne en amiga que me de buenas noticias, explicaba varias palabras atrás, que mi peso marcó 72,5 kg. que fueron recibidos con un grito de espanto, un resoplido de furor y una cara de ajo de tal calibre que mi santa al bajar del cuarto donde se encuentra tan preciado “electrodoméstico” me preguntó si me encontraba mal. Como soy positivo, ¡ja!, retomé el entusiasmo, seguro que eso es lo que me hace engordar, la felicidad, dicen, es directamente proporcional al peso del individuo y me consolé con el pensamiento de mi amigo el Mago Pepo de: “Para poder adelgazar mucho, lo principal es estar muy gordo”. Con estas cuítas y varias más de esta cuerda me lancé a la desenfrenada vida que llevo.

Diseñé un plan de choque que consistía, digo consistía porque tendré que elaborar otro alternativo debido a las nefastas consecuencias que ha traído el primero, explicaba que consistía en: Desayuno: Un vasico de café con leche. Almuerzo: Dos manzanas del tamaño de un higo. Comida: Lo que mi santa me ponga en el plato, que no está el asunto “p´apretarle mucho a la chiquilla”. Merienda: Lo que toque entrenar. Cena: Un hervido de acelgas por lo general y un par de cortes de queso de Burgos. Con este infalible plan y una disciplina espartana me acostaba todas las noches esperando, como agua de mayo, que amaneciera para pesarme. El primer día mi báscula me sorprendió con un interesante 72,8 kg., que tras varias subidas y bajadas del peso, más que nada porque seguro que estaba roto, se quedaron en unos 72,8 kg. inamovibles. Pergueñando varias interpretaciones al suceso, qué si había sido el primer día, qué si un día de entreno había activado mi poderosa musculatura, qué si pitos, qué si flautas, pasé al día dos del plan.


Me levante, como siempre a las seis de la mañana con una sonrisa de oreja a oreja y tras los rituales de rigor, desperezarme, hacer pipí para que ese pedazo de trozo de cuerpo, cortico, cortico, se relaje y pueda estar dentro de donde tiene que estar. Evacuar a los muertos y demás, subía a donde habita como una faraona mi báscula, colocándome sobre sus lomos. Enseguida obtuve su grácil, sonrosada y risueña respuesta: 73 kg. de vellón. El gritito pasó a ser algo más, las subidas y bajadas del maléfico aparato también aumentaron, por si… y la cara de ajo pasó a ser una de colérico energúmeno. No me amilané, seguí irreductible en mi empeño. Así han pasado los días de tal manera que en la actualidad ya estoy en unos magníficos, orondos y sonrosados 73,8 kg.
Sólo con lectura de la parábola de los panes y los peces he encontrado consuelo. Ahora está todo claro y para su compresión lo explico con un salmo (del libro de los Salmos, vamos que no me lo invento): “El señor hizo en mí maravillas, ¡Gloria a ti, Señor!”.



Ante irrefutables, por contrastadas, explicitas, visibles e incuestionables realidades, mi pragmática forma de ser no ha podido más que tomar medidas. Las correcciones que he realizado son las siguientes:

Me he soltado el botón del pantalón. La presión era tal, que cuando llegaba a casa tenía una marca más parecida a la que deja un aparato penitencial como el cilicio en la cintura, que a la debería haber dejado un pantalón de buena calidad como el que yo uso. Tengo que tener la precaución, cada vez que me levanto de la silla, de abotonarme la prenda de vestir, más que nada por si la cremallera estallase y me quedase con mis sexis, bonitos y nunca bien exhibidos gallumbos al aire. La siguiente medida correctora viene aparejada a la primera. Como no hay sitio para la barriguita dentro del pantalón, se ha tenido que dejar fuera de él el polo, camisa o camiseta que a la sazón ese día lleve. Ahora voy como todos los gordos, con los faldones por fuera, más por falta de espacio dentro del pantalón que como “disimulo” como le llaman a los vestidos de la embarazadas, habiendo entrado directamente en el mundo de los que se tapan la barriga por gordos y se peinan el único pelo que tienen en varias capas para que le ocupe toda la calva.
Estas dos medias han traído consigo unos efectos secundarios unos malos y otros buenos. Los malos es que ya directamente todo el mundo me dice: ¿Qué Garban?. ¡Vaya verano que te has dado!. La buena es que mi santa desde hace varios años me venía diciendo que la camisa, los polos y las camisetas me están mejor por fuera que por dentro del pantalón, con lo cual ella cree que lo he hecho por hacerle caso y está más contenta que unas castañuelas. Otra consecuencia mala es que he tenido que elaborar nuevos procedimientos para vestirme. El motivo es que los anteriores quedaron obsoletos desde el momento en cual no puedo cerrar el botón del pantalón.
En la era primigenia, cuando estaba delgado, abotonar la cinturilla era como un clic, se cierra el botón y ya está. Más tarde había que “meter barriga”, mirar hacia abajo y tras localizar el objeto introducirlo por el ojal. Ahora ya no es posible efectuar dicha maniobra, ahora hay que complementarla. El procedimiento actual dice, más o menos, lo siguiente: “Súbase los calzones y cuando lleguen a la altura de la cintura cierre las piernas, para que en su caso, no se caigan de nuevo al suelo al no encontrar cintura en la que sostenerse. Meta la barriga. ¡Así no, coño!. ¡Con fuerza!, Con tal fuerza que se le pegue lo más posible el ombligo a la columna vertebral. A continuación, como aún no habrá encogido lo suficiente el estómago para que se pueda cerrar el pantalón, aplique una presión paulatina hasta llegar a constante y fuerte con la mano izquierda, aproximadamente entre el elastiquillo de los calzoncillos y su obliguico. Con la mano derecha pruebe a introducir el botón por el ojal. En caso de imposibilidad por falta manifiesta de espacio dentro del pantalón, levante la mano derecha hacia el cielo, de tal manera que estilice al máximo su figura y con la boca, que seguro que aún le quedará libre, llame a su santa para que sea ella la que proceda a ejecutar la maniobra de cierre de la cinturilla del pantalón. Al finalizar el procedimiento, cuando la parienta se ría de usted porque haya tenido que acudir en su ayuda en tan humillante, indigna y risible acción, recuérdele las veces que usted ha tenido que prestar su auxilio para soltar el sujetador o bajar la cremallera de ese escotado vestido de noche… (¡Ya se que no es lo mismo, pero algo habrá que decir para que no parezca tan indigna la situación!).

Pues sí, en estas me hallo y hasta este borde del precipicio me he asomado. Tras una semana de vida asceta, tras una semana de sufrimientos y calamidades, tras una semana desesperante, hoy, como el que pertenece a alcohólicos anónimos, tengo que confesar: “¡Me llamo Garban y en siete días de miseria he engordado un kilo trescientos gramos!, pero mi caso se encuentra en estudio en el obispao. Muchas Gracias”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Garban! de aqui a la anorexia hay un paso!! Disfruta de la vida, manten una dieta sana y verás como llegan los frutos! y si no ya sabes, la dieta del cucurucho!! pero para eso tiene que colaborar Pilar. saludos desde Zarautz.gorka

stani dijo...

Acho! como se puede ser tan fresco y caradura?, a ver, mírame a los ojos y díme que no has probado durante la micro-dieta los quinticos, las cascaruja y el pasto seco? además, tanto la rubia como pablico te tienen dicho que no te pongas los pantalones del zagalico que a los veinte no vas a volver,jajaj.

capitanbajoca dijo...

¡¡¡¡Hermano mio, cuan pesada es esa carga¡¡¡.... para aliviar tus males, mañana iré a tu casa y te desconectare el frigorifico de la cerveza, me traeré a mi casa los 3000 don pedritos que atesoras y veras que rápido va la bascula y te sonrie. Hay que joderse con este crápula verbenero e irreverente.