lunes, 22 de septiembre de 2008

¡Lo que no puede ser, no puede ser!.

En la güerta, cuando al finalizar un sucedido que se cuchichean entre dos y el final es tan desastroso como esperado, se finaliza con esta frase lapidaria asintiendo cada uno de los contertulios a la vez y como no entendiendo que alguien ose a desafiar las leyes del “sentío” común exclaman al unísono: “¡Y es que lo que no “pue” ser, no “pue” ser y "tó" lo demás es imposible.!”.

Con un fin de semana como el que se presentaba los resultados no pueden ser otros y cualquier otro punto y final que se le quiera dar a la cuestión es imposible, porque lo membrillos sólo se “pueen” coger en septiembre.

Con mi plan de adelgazamiento en siete días, que no viene a ser otra cosa que un vil plagio a lo de: “Tratamiento de belleza Pons en siete días”, esa crema milagrosa de la que tanto esperaban nuestras madres y que lo único que consiguió fue hacer rico al frabricante, en marcha, las actividades propuestas y mucho cuidado con el que se ría, eran:
Viernes: Asistir a la Gala de los chicos de Operación Triunfo en Orihuela.

Sábado: Comida extraordinaria que conmemoraba el nacimiento, floración y muerte de nuestro muy querido y nunca mejor enterrado “Club Atletismo Santomera”, en el pantano que nuestro “caudillo” tuvo a bien construirnos en las inmediaciones del pueblo, para que nos defendiera de las riadas. Lástima que el pantano se llenara de agua salá y ésta no sirviera ni para bañarse, pero vamos, que si algún día vuelve a llover allí está “pá lo que se le “nesecite”. Por la noche, actuación de los Parrandboleros en Patiño y coronación de las Reinas de las Fiestas de la pedanía. ¡Sí, coño, no os ríais más de mí, me voy a tragar más coronaciones que el principito y doña Leticia juntos!. En mi descargo comentar que no sabía que la actuación llevaba aparejada otra patética entrega de ramos y diademas del “todo a cien”. Estos chiquillos míos se están especializando en cutre fiestas, pero vamos que van donde les llaman.

El domingo teníamos la Carrera de la Ermita de Burgos. Un diez mil con chorrera, más cerca del once mil, que de un tiempo a esta parte ha cogido un auge sin igual. Hace unos pocos años no corríamos más de sesenta tíos y ayer aparecimos por la línea de salida casi setecientos.
Con este plan de entreno iba aparejado el siguiente ejercicio. El viernes un paseo de hora y media con mi santa por los andurriales y la montaña que rodean el lugar donde habito, ¡toma ya, que “requetebonico que m´ha quedao!. El sábado cincuenta kilómetros en bicicleta con Stani y Juan, que el pillico del “nenico de Monteagudo” con malas artes quería aumentar a cien “pa´que no los dejara solicos” por esos mundos de dios. Menos mal que mi sabiduría, sólo aparejada a mi vejez que no a mis estudios, supo descubrir la trampa y no me dejé embaucar con las lindezas que me lanzaban al son de cantos de sirena para que les acompañara todo el camino. El domingo el once mil ese.
Comenzaremos por el principio. El paseo con mi santa magnífico. Le propuse tres o cuatro sitios donde parar a tomar la sombra y descansar del esfuerzo del camino, pero mis ojos lujuriosos le hicieron adivinar donde estaba la trampa de la invitación, con lo cual la declinó con la sutileza y saber estar que tanto la caracteriza: ¡Cà, y un jamón, qué t´has creío tú que aún tengo 15 años!.
Proseguimos la marcha, como cualquier otro día hasta que regresamos a casa, como es costumbre, con el único bagaje añadido de más cansancio y más sudor…

En Orihuela sobre las diez y cuarto comenzaron la actuación los “nenicos” de Operación Triunfo. ¡Ya se que vais a decir que estamos, yo más que mi santa, algo mayorcicos para ese tipo de fiestas!. En nuestro descargo, manifestar, que el motivo de nuestra presencia en tan insigne fasto no era otro que llevar a nuestra sobrinica Marta, la misma a la que llevamos a ver El Canto del Loco, a escuchar y deleitarse con Pablo, “la perra” de Ivan o los dulces temblores de “la marea azul” que ahora no me acuerdo como se llama la nena. Este concierto es de esos a los que vas con una prevención horrible. Pones más cuidado que en beber agua del Júcar en la misma puerta de la nuclear de Cofrentes. Nos fuimos armados de nuestra neverica, nuestros bocatas, nuestros quinticos, nuestros gin-tonic (matizar que cuando sacábamos algo de la nevera con alcohol a la chiquilla le tapábamos los ojos para que no cogiera malas costumbres) y sobre todo con un buen “calzao” pues intuíamos que a pie plantón y con los triunfitos la noche podía ser toledana. ¡Pues no señor!, dejando al margen cualquier prevención, que te guste su música o no, que te guste la forma en la que han accedido a es “fama” prestada y con fecha de caducidad, los chicos presentan un espectáculo en el que el sonido es bastante bueno, a ratos, depende quien sea la o el que cante, los músicos son excelentes y el conjunto en general se gana el sueldo en hacer, las dos horas largas que dura, un concierto agradable al gentío que llenó la explanada. Bailan (dentro de un orden moderado y genérico de lo que es el baile), cantan y no descansan con esas largas peroratas que sueltan lo profesionales cuando necesitan alargar el espectáculo y no tienen suficientes canciones para ello. No sería justo con los “otros” si no hiciera ver que ellos tienen ventaja, pues son ocho en el escenario. Mención a parte merecen las dos bailarinas, coristas, que sobre todo la pelirroja, se gana el la soldada ampliamente.

El sábado salimos a las nueve menos veinte de la plaza que han creado en Zarandona con “la mierda de obra de arte” que el blanqueño José Lucas nos ha obsequiado o vendido al pueblo de Murcia. Stani, Juan y yo salimos sin prisa, pero sin pausa en dirección a Librilla, con la intención de que en el momento que mi cuenta alcanzara la cifra de 25 kilómetros me volvería a casa y ellos proseguirían solos. No estuvo mal, charlando y contando las últimas andanzas de cada uno, los veinticinco kilómetros se pasaron en “ná”. De regreso me propuse ir todo el tiempo en la parte de abajo del manillar, es uno de los objetivos de este año en la bici, ponerme más aero y no ir siempre en plan globero en lo alto de las manetas de freno. En una hora y cuarenta y tantos minutos ya me encontraba donde vive mi señora.

Mi santica, que es un sol, nos había preparado para la comida, como era en el monte, ya lo dice el refrán: “Si al monte vas, de lo que lleves comerás”, el siguiente menú:
Tortilla de patatas, al gusto, al gusto de los dos, claro.
Porra, que es un plato típico de su pueblo natal, la gloriosa Antequera.
Pan y café. En la nevera b, iban los quintos y las coca-colas, pasé de gin que era una reunión de atletas y ex y no quería que me tomaran por lo que no soy, un irredento bebedor social… (sic).

Una agradabilísima reunión donde nos volvimos a encontrar muchos de aquellas personas que allá por el año 1.992 se juntaron, yo llegué mucho después, para crear de la nada unos de los mejores y más dinámicos clubs de la región. Muchos de los que en su día eran criaturas acudieron con sus novias, mujeres y críos pequeños, bebés. Una delicia en la que no se paró de contar anécdotas que con el paso del tiempo no han hecho más que aumentar sus divertidas situaciones y darnos cuenta de cuanto vivimos juntos. Paella para más de cuarenta personas, dulces a tutiplén y un montón de buen humor que no hizo más que recordarnos lo fútil que es la vida para los humanos y lo que dejamos perder y pasar sin darnos cuenta cuan grande, hermoso y enriquecedor es.
Unos comían y bebían con más entusiasmo que otros, a fin de cuentas eran atletas, otros comíamos y bebíamos como si fuera a ser ese nuestro ultimo yantar. El resultado de todo aquello no fue otro que los primeros nos pasaron por la piedra a los segundos en la carrera del día siguiente.
Por la noche en Patiño concierto en la línea de siempre. Un placer para el oído.

Amaneció el domingo. Cabeza pesada, por las pocas horas de sueño y un sentimiento de culpabilidad como sólo lo podemos tener aquellos que de nuevo hemos pecado. Mi plan para quedarme “en ná” en siete días se había ido al garete por culpa de mi falta de voluntad. Los don pedritos del sábado, el dulce, el bizcocho y los helados se amontonaban a partes igual por los alrededores de lo que fue, cuando nací pues aquello debió durar días, digo horas, mi cinturilla de abispa. A Nonduermas nos desplazamos mis dos zagalitos, el Capitán Bajoca, que no hacía nada más que llamar para confirmar que iba, estaba ansioso por volverme a humillar y sacarme una minutada, Special Force y varios amigos más.
Mi primera tarea era elegir el look que llevaría. Lo más fácil, en vez de elegir algo, era comenzar por lo que no me pondría. Como estoy en esa fase de “barrilete” en pantalones cortos, lo primero era eliminar toda aquella vestimenta que pudiera indicar que yo era o había sido corredor o atleta. Rechacé todo aquello que salió del cajón que podría identificarme en mi roll de runner. Fuera camisetas de tirantes, fuera pantalón técnico, fuera calcetines cortos. Buscando en el baúl de los recuerdos encontré, como primera prenda que me pondría, una camiseta años setenta, de esas que no eran ni de algodón, ni de licra. De esas que estaban hechas con un material indefinible que al sacarlas de la lavadora te arañaban la piel y que al plancharlas se contraían en un “gurruño” del que después era imposible sacar ni un milímetro liso. Esa camiseta con cuello redondo ajustado a la altura de la campanilla, de color amarillo, algo pálido a causa del uso y del desuso a la que, por la parte de delante, le cruzaba una franja en diagonal de color azul, al estilo del Rayo Vallecano. Esa camiseta con un siete blanco a la espalda, de esos que vendían sueltos de cuero.Nada de modernices de los que se planchaban y cuando los ponías a secar al sol un par de veces se cuarteaban y rompían apreciendo finas aristas que cortaban cual papel. En el pecho, en la tetilla izquierda, flameaba un escudo que rezaba “Atlético Vistalegre Club de Fútbol”. Esa camiseta me serviría. Total la usaba cuando tenía catorce años. No es que me estuviera muy holgada, pero valía para su función, que no era otra que desviar la atención de la mirada de mis oponentes a la victoria, de mi barriga cervecera a mi aspecto global. Me verían y no dirían: “¡Vaya gordo!", sino que exclamarían: "¡Mira qué globero”. Una vez elegido esto, lo siguiente era encontrar el pantalón adecuado. Uno de futbolista era demasiado evidente, no quería que me confundieran con un iluminado del fútbol que pretendía ganar a estrellas del atletismo. Mi idea era más sutil, o al menos eso creía yo, mi idea era que por mi aspecto dijeran: “¡Aquel señor de allí, el de la camiseta amarilla y azul, ese, seguro que decidió ayer comenzar a correr. Vaya estampa que se gasta!”. Con eso y con cara de “asustao” seguro que promuevo la pena, en vez de la risa. Elegí un pantalón blanco de tenis, de esos que utilizaba Santana. Tela recia blanca. Bolsillos a los lados y más apretaos que el tornillo de un submarino. Como el pantalón corría serio riesgo de no llegar entero a meta, me aseguré el botón de la cintura con un imperdible que diera seguridad a la estabilidad de la prenda en caso de que el botoncico decidiera salir disparado en los primeros , o últimos compases de la carrera. Me embutí en unos calzoncillos blancos, por si acaso la rotura fuera por la pernera, como a Nadal en su homenaje y no fueran diciendo los críos: ¡Mamá, mamá ese señor está sangrando por el culo!, al confundir la sangre con el encarnado de mis gallumbos. Tenemos lo importante. Ahora lo secundario. Los calcetines irían a juego con los pantalones, así que me busqué unos de esos de lanilla fina que llevan dos franjas, una roja y otra azul, que en mi niñez creí que eran las oficiales del gremio de barbería, por aquellos sinfín que adornaban la puerta de los barberos, que llevaban esos colores. Con la edad descubrí que las dos raquetas que llevaban bordadas en los laterales eran las que los diferenciaban de los profesionales de las tijeras y te daban el pasaporte para incorporarte al mundo del tenis. En cuanto a las zapatillas no tenía elección. De mi etapa de futbolista y jugador de balonmano no me quedaban ningunas alpargatas, así que tuve que, irremediablemente, sucumbir a mis Kalenji nuevas, que aunque me podrían descubrir, no aportaban ningún glamour a mi aspecto. Todo eso, tocado con una gorra verde oliva, bien grande, en la que se leía, “Derribos Los Uñas, La Arboleja”. Pensé que harían de mi algo así como el hombre invisible.

El disfraz me duró como cuarenta segundos, no se, sí porque no me tapaba lo suficiente o porque a mi lado iban mis hijos y mi hermano, junto con Special Force y oteando el grupo el quinto componente, el de la gorra con la camiseta de futbolista y pantalones de tenis, no podía ser otro que el gordo del Garban.

Se dio la salida y comencé a penar, pero eso será motivo de otro análisis.

¡Hasta pronto, querido diario!.

3 comentarios:

capitanbajoca dijo...

¡¡¡¡ Lastima de criatura !!!! verlo pa'creerlo, igualico igualico que el difunto de su agüelico.

Pero sigue contando, canalla, sigue contando que te has callao lo mejor, que sepa la gente en que te has convertio con tanto sarao multimusical, que en siendo de gratis te apuntas a un entierro.

stani dijo...

Capitán nunca has dicho una verdad tan grande, todo lo que sea gratis allí está garbanzito,oé, oé, de todas maneras esa tripica que tiene en la foto con Alfonso y Manolo no es de dieta ni mucho menos, se precibe mucha cerveza y marisco fresco.

XARLI dijo...

Garban, tú no te apenes, que cuando te dejes esto de sufrir rompiendo zapatillas te espera un futuro glorioso como cronista de eventos musicales y festividades varias. Y lo mismo también te admiten en la pasarela Cibeles (¡ah no, que este año, por lo de la modernidad la han llamao "Cibeles fasion güik"! o algo asín), como jurado o estilista, en plan Yongueras de las telas, ja,ja.