Diario de un crucerista sin vocación
Si siempre haces lo que haces siempre, siempre llegarás donde siempre llegas
Estaba empeñado el capitán Cook en dejar a la tropa en el barco el máximo tiempo posible. En el "Freestyle Daily", anunciaba a bombo y platillo que nos abrirían los toriles exactamente a las 13.00 pm. ¡Mierda!. Pensó el de La Arboleja. Palma, un sitio tan bello y recoleto que seguro que necesitaría más tiempo para poder ser visitado. Sobre todo los bares, lugares en donde no tendría que poner cara de niño bueno para que le sirvieran una cerveza a no mucho más de un par de euros. A cambio el "baranda" del barcucho nos obsequiaba con la fiesta más "cool" de todo el crucero en la zona de las piscinas y parque acuático. Bueno, vale una cosa por la otra, no le quedó más remedio que aceptar al Garban. Además era una buena manera de despedir las mañanas del viaje. Un mojito, música latina y rotura de caderas... Ahí es donde en zagalico tenía más "chance".
La fiesta, tal y como lo prometía el panfleto resultó de lo más divertida. El sol ayudaba a que sobre la cubierta, recostadas las "dominas" en las hamacas a modo de triclinium, tostando su piel y libando exóticas bebidas, dieran a la escena un cierto aire de bacanal romana. Comenzó la "verbena" con un par de dúos (los mismos que habían escuchado actuar durante la semana) que sonaban muy bien, pero que al Garban solo lo invitaban a pedir otro mojito, cerrar los ojos y dormirse. A las doce y media, justo cuando el chiquillo pensaba en irse a cambiar el "bañata" por el disfraz de "turista de crucero" aparecen por la puerta de cuadrillas la banda de puertorriqueños que habían dado los mejores y más divertidos momentos salseros durante el viaje. El capitán Cook, de nuevo manejaba con arte sus posibilidades con tal de encallarnos a la vera del divertido y descomunal bar del puente quince. Tras un par de bailes y viendo que las nenicas con las que estaba bailando no pensaban moverse del sitio hasta que cesara la música, el Garban, que ante todo no quería dejar pasar un sitio sin conocerlo, tuvo que tomar la difícil decisión de abandonar a las nórdicas a su suerte y partir a explorar lo desconocido.
El nene que ya tenía aprendido el manual del turista y que encima estaba en tierra conquistada se las prometía muy felices. Sale a pie del puerto, sabiendo que a unos doscientos metros existía una parada de autobús. Pregunta cual es la línea que le llevaría al centro y cual es la parada en la que se debe bajar. Como se llama el lugar donde iba a coger el bus y si la línea era circular o de "ida y vuelta".... ¡Coño!. Lo preguntó "tó", pero por lo visto al más gilipollas del pueblo. Al menos le dijo bien donde se tenía que bajar, que línea era y poco más. Más tarde veremos que la calamitosa información le tuvo al borde de quedarse en tierra donde más fácil, presumía, sería regresar a casa.
Resulta que Palma debe ser inmensa, pero fuera de lo que es la ciudad. En dos pasos anduvo el chavea todos los recorridos turísticos que pudo encontrar en el quiosco que junto al Parc de la Mar, daban información sobre los sitos a visitar. Desde el "Luis Sitjar" hasta el Museo March, la catedral, el palacete de "Jaume Matas" (el que se quedó con los cuartos del Palma Arena), los Baños Arabes, el Paseo de la Muralla, Plaza Mayor, La Rambla... Total que en dos "patás" se quedó el "descerebrao" del Garban sin ná que hacer y no eran más allá de las cinco de la tarde... ¿Qué hizo el Garban?. Lo natural en él. Buscó en el casco histórico, por cierto que me dice el nenico que estaba todo restaurado con piso de piedra, limpio, tranquilo. Daba gusto pasear, una calle plácida con un coqueto cafetico que tuviera mesicas en la puerta en las que degustar "Estrella Damm", que la fabrican en Murcia. Que tuviera wiifi gratis. Que la camarera fuese simpática y bien guapa. Como ya tenía "datos" en el móvil, metió toda esta información en el "google" y le salió el "Café del Estudiante". Un barecico sin pretensiones que vive de dos centros docentes que se encuentran junto a él y que ese sábado abría porque a la tarde la dueña cumplía 37 años y estaba preparando su fiesta de aniversario. Allí a 1,50 el tercio de Damm, se tiró el Garban el resto de la velada, departiendo con la chiquilla y con los dos o tres estudiantes que se dieron cita allí. Durante ese tiempo la criatura se dedicó a enviar wassap, subir fotos, charlar amigablemente y beber a precios del Hogar de la Tercera Edad.
Y en ese punto comenzó su calvario.
Una hora antes del toque de queda se fue joven a la Plaza del Mercat donde para la línea tres. Cría el inocente que la información que tenía del autobús era la correcta. Se subió confiado y comenzó a juguetear con esa terrible herramienta que es la mensajería instantánea. Cuando creyó que estaría cerca de llegar a su destino levantó la cabeza y el autobús iba por una avenida "Carrer de Aragó", para más señas, en la que se apreciaba, sin ser el más listo de la clase, que lo separaba cada vez más de su destino. Consulto a la conductora y ésta, con cara de poco amigos, dice: "Si deseas ir al puerto de cruceros vas muy mal. Bájate ahora mismo y coge este mismo autobús pero en el otro sentido". El puto autobús no era de línea circular, si no de "ida y vuelta". Además yo lo había cogido en un sentido y en el contrario no lo hacía por la misma avenida, si no por otra paralela. Miró el Garban el reloj y ya comenzaron a temblarle las piernas... Las agujas del reloj estaban corriendo claramente en su contra. No tardó demasiado el autobús de regreso y al decirle al conductor que iba al Muelle de Cruceros, le contesta: "Este lo más cerca que tiene parada en esta dirección es en el Centro Comercial de Puerto Pi". Así que el Garban, no solo tenía que llegar a su parada, si no bajarse y correr hacia el embarcadero, cruzando el centro comercial. Adivinar si la puerta principal estaba a la izquierda o a la derecha de la salida del centro, cruzar todo el puerto y subir al puto "EPIC" antes de que al capitán Cook le saliera de los huevos quitar la pasarela que le daba acceso al pasaje...
Por supuesto, si algo puede salir mal, saldrá. El Garban tiró para la izquierda, cuando la entrada al puerto estaba a la derecha. Anduvo. No encontró la entrada por la que había salido. Regresó sobre sus pasos y ya nada le parecía igual que a la mañana. Se aventuró y miraba el reloj, mientras que con el otro ojo miraba al cielo, que se ennegrecía por momentos igual que su futuro inmediato. Tras minutos que le parecieron horas encontró la entrada al muelle y al fondo veía como las carpas de bienvenida del pasaje, donde habitualmente invitaban a un refresco a los embarcados cuando regresaban, no estaban. Algo más que una tabla y una cuerda quedaba para subir al barco y un marinero, no como los que estaban acostumbrados a ver, de impoluto blanco. Un mecánico con mono azul, guantes de trabajo y más mierda que "el rabo de una vaca", gritaba ¡Go, go, go!, y hacía evidentes signos de que corriéramos o nos quedábamos en tierra como que el capitán Cook no había llegado tarde nunca a ningún sitio. Corrió el Garban y al volver la cabeza observó como le seguían una pareja de "japos" y un matrimonio, más tarde sabría que eran nicaragüenses. Llevaban en brazos a dos criaturas. Esperó y le cogió de los brazos el chiquillo más pequeño a la señora. Los cinco siguieron corriendo en busca del refugio que suponía el barco.... Y por fin, los cien metros más largos de un Garban acostumbrado a carreras de decenas de kilómetros, acabaron en un suspiro. Tras ellos se quitó la tablica y se cerró la puerta. La lista de bajas del capitán Cook aquel día estaría cercana a veinticinco...
A la tarde el matrimonio llamó a Garban al camarote y lo invitó a una botella de champan. Con lo mal que le sienta, lo cierto es que esa vez, le supo a gloria.
Por la noche se preparaba una gran fiesta de despedida que se agrió con la descarga de una gran tormenta nada más salir del puerto de Palma. Los grupos se disgregaron con rapidez y la falta de música y la urgencia por preparar el equipaje hizo el resto. La americana se tenía que bajar del barco a las cinco de la mañana para coger su vuelo. Las suecas estaban ya para que las desembarcaran en una caja de zapatos. Esto obligó a que las despedidas fueran rápidas.
El Garban, que tantas veces ha tenido que oficiar la ceremonia de la despedida, no es paartidario de que estas sean demasiado densas. Un ¡Hasta la vista!, sincero, conciso y ligero, es el máximo tiempo que puede perderse en un adiós.
A la mañana siguiente, temprano, desembarcó. Dio la casualidad que se celebraba la Travesía a Nado del Puerto de Barcelona, con motivo de la fiesta de La Mercé. Allí que se quedó viéndola con la sana envidia de quien unos años atrás también participaba en ese tipo de carreras. Cogió el tren y allí se acabó la aventura.
La aventura de un crucerista sin vocación que, por no hacer lo que siempre hace intentó llegar a donde antes no había llegado.
P.D.: Pronto, las peripecias de Garbanzito y el carnet de moto. Historias para no conducir.