sábado, 21 de septiembre de 2013

Cualquier cobarde que huye merece mi respeto (IX)

Diario de un crucerista sin vocación

Si siempre haces lo que haces siempre, siempre llegarás donde siempre llegas


“Nunca hagas promesas cuando estés alegre, ni escribas una carta cuando estés triste”.

El nene de La Arboleja estaba en toda su salsa y no se le ocurrió otra cosa, que asegurar a sus nuevas amigas que les llevaría a Avignon al día siguiente. Llevado por la euforia del momento comentó, no sin ciertas ganas de presumir, que era infalible a la hora de organizar excursiones off-cruise. El Garban tenía previsto ir en tren y regresar antes de las seis y media para ver sus murallas. Hasta ese momento todo le había salido a pedir de boca. Los certeros manuales del crucerista traídos de España le habían servido de una inestimable ayuda. Hay que buscarlos en internet. Las dos nenicas, embrujadas por los encantos del zagal y su envolvente verborrea, se apuntaron a conocer con él tan bonica ciudad.

Se acostaron tarde y algo pasadas de entusiasmo (y de alcohol, el Garban no, que perder el juicio en el barco sale carico). Sus nuevas amigas confiaron en el chiquillo.


Cuando el vecino de La Albatalía leyó el diario de a bordo del día siguiente, intuyó lo peor. El puto barco ya no llegaba a las siete de la mañana a puerto como en días anteriores, si no a las diez. Imaginó que la catástrofe se avecinaba, cual tormenta de otoño. Se llamaron para modificar la hora de reunión. Ya no serían las ocho de la mañana, serían a las diez. En el lugar convenido aparecieron las chiquillas más una amiga que sólo hablaba inglés, y un nenico que por prudencia evitó preguntar quien lo había invitado. Cogieron la lanzadera que les dejó en el puerto viejo de Marsella, cerca del centro, pero ligeramente separados de la “Gare de Saint Charles”. El Garban había estudiado a conciencia el plano de la ciudad y condujo al animado grupico hasta la taquilla de los billetes, como si no hubiera hecho en la vida otra cosa más que callejear por la ciudad de Marsella conduciendo grupos de turistas.

Con su fluido francés, mentiría el chiquillo si no mencionara que con cierta ayuda del catalán de su nueva amiga, hizo entender a la nena de la taquilla que quería ir a Avignon y regresar antes de las seis menos cuarto de la tarde… La nena de la ventanilla transmutó su linda carica y le anunció el principio de la tormenta que al despertar el día el Garban barruntaba. Eso iba a ser imposible. El tren que les llevaba a su destino tardaría dos horas en llegar y sería el mismo que deberían coger de regreso. Así que ir a Avignon, podían ir, pero para estar a la hora precisa en Marsella no podrían ni bajarse a comprar pipas. ¡Coño, el jodío del Capitán Cook les había jodido el plan!. Platicaron largamente sobre el asunto y llegaron a la siguiente conclusión: El grupo resacoso hasta extremos inimaginables decidió que para ver la puta Marsella, prefería regresar al barco y recobrar fuerzas. El Garban, que no había realizado el viaje para pasarse más de las horas estrictamente necesarias en el EPIC, con la mejor cara posible y disimulando al máximo su decepción, dijo que nones, que el se iba a patear Marsella, algo habría que ver por allí. Así que allí terminó la aventura en compañía y se dispuso a pasear sin rumbo por la ciudad, una vez más, a solateras.

Ayudado por una gentil lugareña que observó como el zagal, en la puerta de la estación, daba vueltas y más vueltas al manoseado callejero de Marsella, pergeñó el plan de emergencia. El chiquillo despojado de los nervios, al no sentirse ya responsable más que de si mismo, mejoró su dicción y semántica francesa, tanto que, fue felicitado por la indígena al finalizar la conversación.

Al cabo de unos minutos emprendió la ruta.

Es sabido que casi todas las zonas que rodean las estaciones de tren, autobuses… etc. de las ciudades, suelen ser barrios deprimidos. Por unos momentos Garban se asustó y pensó que estaba en la “pequeña Argelia”. Calles sucias con cafetines infectos a cuyas puertas se sentaban en pequeñas mesas decenas de personas cuyo aspecto no era precisamente el más tranquilizador. Pateó toda aquella zona con algo más que prudencia, hasta que comenzó a encontrar los lugares que buscaba en el mapa. No era Florencia, ni Pisa y aún menos Roma, pero allí había algo que ver. Sobre las tres de la tarde, junto a la comisaría de policía encontró un coqueto bar con terraza, en el que intuyó podría tomar una cerveza. En todos los lugares parecían que las mesas de las terrazas estuvieran solo dispuestas para comer. Tuvo suerte de que el camarero era un simpático norteafricano que se enrolló como si de la misma Murcia fuera. Le explicó como conectarse a Internet aprovechando el wiifi de la comisaría y comenzó a servirle cervezas autóctonas, al principio con tiento. Conforme fue perdiendo la prudencia y haciéndo efecto el alcohol, de nuevo su francés mejoró, como si el don de lenguas hubiera sido siempre una de sus cualidades más acentuadas. El garçon le explicó que por allí se tomaba la cerveza negra mezclada con “Amair Picón” y aquel brebaje le dio nuevos bríos al huertanico. Sobre las cuatro y media decidió el Garban que ya era hora de buscar la ruta de regreso al barco. Esta vez ya no venía de la parte alta de la ciudad, así que encontró la Marsella de los lugareños. Calles peatonales con bonitas terrazas en las que los marselleses tomaban café y charlaban amigablemente. Descubrió la imagen de Marsella de la que hablan los libros de viajes. Replacetas con sabor acogedor, donde el paseante agradecía detener su marcha y tomar un pequeño descanso. Y eso hizo el crío. Disfrutó del paseo y se llevó consigo una imagen de Marsella acogedora, íntima, agradable. Tanto exprimió su estancia por aquellos sitios que fue el último en subir, al último autobús que partió.

Mañana Palma de Mallorca. Se acabó la aventura de lo desconocido. De hacerse entender. De experimentar nuevas sensaciones. De intentar empatizar con el diferente.

Esta noche la ha dedicado de nuevo a vagabundear por el barco. Noche de viernes. La verdad es que esto es un ecosistema de lo más variado. Hay pasajeros que el día que enseñaron la elegancia. O la discreción. O lo que es ir un poquico conjuntado, no fueron a clase.

Pretenciosos vestidos vaporosos con lentejuelas, que seguro que el diseñador de la línea de ropa omitió su nombre para no sentirse señalado por la calle. Camisetas de algodón que tienen menos prestancia que las que utiliza el Garban para sacarle brillo al parquet. Pamelas al estilo carreras de caballos. Vestidos de señora que seguro que la primera puesta fue en la boda de la hermana de ésta. Chaquetas blancas con botones dorados. Minifaldas raberas, junto a chicos con camiseta sport de tirantes blancas o negras… Menos mal que aun queda parte del pasaje con algo de coherencia en el vestir.

Esta mañana igual. Tanto que el Garban ha pedido el micro al speaker y ha solicitado por megafonía un poquico de buen gusto para bajar en el puerto de Palma. ¡Qué aquí veranea nuestra Leti!

Ni un pareo a juego con el bikini, ni un bolso de playa a juego con las flip-flap (chanclas de toa la vida, que el Garban se ha vuelto un snob. Mucha grasa  y poco glamour…
El capitán Cook está dispuesto a hacerse rico a base de tenerlos encerrados en el barco y que gasten aquí. Hoy el desembarco es a las 1.00 PM. Menos mal que les da un poco de cuello y atrasa el regreso al barco una hora. Hoy a las 7.30 PM.
Ayer husmeando por el barquito de vela… Pensó el chavea. ¿Aquí nadie fuma?.  Y nada más terminar la reflexión se lanzó como un poseso en busca de la mazmorra, donde sin duda alguna, los tienen que tener encerrados….

Le costó encontrar el escondite. Arriba, muy arriba. Junto a las chimeneas del barco. Tan alto estaba que había una placa que decía: “Aquí pereció fumando Rodrigo de Triana y sus útlimas palabras fueron ¡Tierra a la vista!”. Que dice el Garban que hacía un aire allá que los fumaores se arrepetujaban unos con otros para aumentar la masa y que el viento no los lanzara al mar como servilletas de papel. ¿Y frío?. Hacía tanto frío en aquel inhóspito lugar que a los que allí se aventuraban para encender un cigarrillo los protegían con una chaqueta en la que se leía “Al filo de lo imposible”. “Expedición Española al Everets”.

El Garban al sentirse en tierra propia hoy se ha dejado de tonterías. Estos días atrás desayunaba tostadicas, mermelada, matequilla, café con leche. Tenía miedo de que le ocurriera algo y no supiera explicarle al médico los síntomas que notaba. Aparte, no se fiaba demasiado del sistema de salud de los franceses o italianos. Es más, si enfermaba en Livorno, puestos al caso, ya había hecho cálculos y le salía más barato comprar casa allí que ser repatriado en un vehiculo medicalizado. Así que, habiendo perdido el miedo, al sentirse seguro de que los chicos de Ana Mato lo atenderían y solo le cobrarían lo imprescindible… El copago es un medio para que todos nos sintamos participes del sistema. ¿O creíais que era por recaudar?. ¡Mentes cloacosas!. ¡Lo hacen por nuestro bien.  Pues eso, que hoy ha ido a lo suyo, a lo que desayuna de normal en casa…”Huevos revueltos, beacon, salchichas, cebolla, pepinillos….”.  Lo habitual. Si se pone enfermo el médico lo salvará y si eso le costara caro a la Mato, como la pérdida del Garban es contigente, al menos el cura le administrará los santo óleos con un bonico discurso en castellano.

Y aquí está el Garban, con los barcos de los realmente ricos dando vueltas alrededor del majestuoso EPIC, saludándolos y devolviendo saludos. Esperando que la divina Leti, no le entretenga demasiado en la recepción que le ha preparado.

Nota.

Se acaba el viaje. Aunque el domingo mientras se registraba estaba deseando que éste llegara a su fin, cree que lo echará de menos. Eso sí, poco tiempo. En su casa está su gente, sus amigos y allí tiene nuevos planes que emprender, nuevas aventuras que contar.

P.D.: ¿No sabe la gente que si miran un trozo de mármol desde muy cerca no será más que una piedra?. ¿No se habrán dado cuenta que si se alejan lo suficiente verán un David o una Torre Inclinada?

Es que no he hecho una foto donde no haya algún gilipollas delante. Es que no se suben a la chepa de Neptuno por que un guardia los llevaría a comisaría. Tengo las mismas cabezas en más de doscientas fotos... Ni su peluquero les ve tanto el pelo como se lo voy a ver yo el día que me decida a volver a ver las fotos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Intrigadísimo por si Garban se ha quedado en Palma...