Diario de un crucerista sin vocación
Si siempre haces lo que haces siempre, siempre llegarás donde siempre llegas
Cuando Garban comenzó a dar vueltas a la idea de realizar un
crucero, lo primero que hizo fue dividir el gran problema, que crucero hacer, en
pequeños problemas. De tal forma que en el momento de elegir uno, no tuviera que
resolver una gran duda sino que, el viaje, tomara forma después de haber resulto
pequeñas cuestiones más fáciles de afrontar.
El primer paso fue decidir en que época del año realizarlo.
Estaba claro que en período de vacaciones. Pero... ¿En qué momento?. Decidió que sería
en la segunda quincena de septiembre. De esta manera tendría algún día bueno de
verano, ya que como el medio acuático era el hilo conductor del viaje, con un
poco de suerte dispondría de algunos días de calor, que hiciera soportable la
estancia en el barco, al aire libre, disfrutando de las actividades que
propusiera la organización. Además se quitaba de un plumazo los molestos
niños que merodean en ese tipo de viajes por todos sitios, pues tenía la
secreta ilusión, que estarían enfrascados en sus estudios.
La segunda cuestión era a donde no quería ir. Es más fácil,
en opinión de nuestro chico que, una vez eliminados los lugares que tenía claro
que no le gustaría visitar, el abanico de viajes se viera sensiblemente
reducido y por ende, la elección más simple. Eliminó todas las rutas que en
algún punto tocaban Turquía o algún que otro lugar de la costa mediterránea
africana.
Con el listado sensiblemente reducido, procedió a borrar de
la lista las navieras u organizaciones de origen español o similar. Entendía
Garban que la lista de conocidos de Soria, Logroño y demás paradisíacos lugares
de la península la tenía suficientemente completa y le apetecía añadir a su
carpeta de contactos apellidos más exóticos que Gómez o Martínez. Además, si el
idioma preponderante no era el castellano, a la media aventura de un crucero
organizado le podría poner la guinda de luchar cuerpo a cuerpo con la lengua,
lo que le añadiría ese punto de incertidumbre que podría llevar el hacerse comprender y
el suspense añadido de espabilar para no terminar durmiendo en una caja de
cartón o comer todos los días bolsas de golosinas de la máquina expendedora.
Después, tachó de la lista todos aquellos que se salían de su
exiguo presupuesto, para que con una retahila corta de posibilidades elegir
entre los barcos posibles. Tras ver las fotos y sin otro punto de apoyo que
esto, eligió el único que quedó en la lista. El EPIC de NCL. Tras este
exhaustivo y metódico trabajo, no quedó más que encomendarse a la diosa Fortuna
y esperar que el viaje correspondiese a sus expectativas.
En la perola de Garban se había compuesto un relato en el
que imaginaba un viaje exótico por unos lugares bellísimos, llenos de aventuras
y glamour.
Lo cierto es, que de momento y como primera impresión ha
llegado a la conclusión que el viajar en crucero dista bastante de
esa idílica imagen de viajeros con un fuerte potencial económico, todo lujo y
sofisticación. Vamos que cree Garban que un crucero es al turismo de lujo, lo
que el hotel Legazpi es al Siete Coronas Silken. Cree que esa fotografía de la
señora envuelta en pieles, a la que los mozos le bajan los baúles del barco, es
tan irreal como poco frecuente. Se parece más a esos turistas, coloraos como
cangrejos que pasean por la puerta del Casino de Murcia con sandalias y pies
protegidos por preciosos calcetines blancos, pantalones piratas que conocieron
mejores tiempos y llamativas camisetas serigrafiadas con frases en idiomas
ininteligibles que sonrojarían a las más vanguardista de nuestras abuelas si
supieran adivinar que es lo que publicitan en ellas. Que te aconsejen que lleves una
mochila con todas las cosas necesarias para cualquier eventualidad durante el
primer día, que debes pasear por todas las cubiertas y puentes hasta que bien
entrada la noche puedas acceder a tu camarote, le parece al Garban, más propio de
la Romería de
Septiembre que de un crucero con lujos asiáticos.
Pues eso es lo que he hecho en primer lugar, componer una
mochila que llevara todo aquellos “porsis” que su imaginación pueda prever.
Chanclas, bañador y tohalla para el baño. Calzoncillos varios por si le da
correncia. Bolsa de aseo de emergencia. Camisetas y pantalón de repuesto. Algo
de abrigo, algo por si llueve. Cámara de
fotos, e-book. Cable del móvil, portátil... Dinero, documentación, papeleo de
embarque… Vamos, que ha visto a sherpas en el himalaya que transportaban bultos
con menos peso y utensilios que el. Tras compilar la primera mochila, tuvo que
recurrir al trastero de la abuela para coger la “canadiense” que en tiempos
inmemoriales llevaba a las aventuras pirenaicas. Una vez pasado el cuarto
chequeo al equipaje “de mano”, decidió que podría aguantar el llevar un
restregón en los gayumbos todo el día u oler a estiércol de caballo a partir de
la tercera hora embarcado. Sacados más de las tres terceras partes del
contenido, procedió a devolver la “canadiense” al trastero de donde nunca debió
haber salido, desatender las indicaciones de la naviera y aventurarse con una
mochila más pequeñica, más mona, que pudiera realzar su apuesta y gentil figura…
A fin de cuentas el objetivo del crucero no era ligar bronce, si no mostrar el
paisaje, la mercancía y como dijo Jesucristo un día de los inspirados “Dejar
que las nenas se acerquen a el”.
Teniendo salvadas, en teoría y a la espera de los
acontecimientos, las primeras y críticas horas de crucero. Un comienzo
desafortunado haría que la “mercancía” se devaluara, lastrándole a la hora de
cotizar al alza en el grupo de “maduros interesantes y solteros del viaje”,
pasó a la siguiente fase. La maleta principal.
Se enfrascó Garban en componer la maletita de los cojones,
siendo esta parte la más simple de todas. Intuía hace tiempo que su fondo de
armario era escaso y en ese momento pudo comprobarlo. Metió en la maleta toda la ropa de invierto y la de verano. Como aún sobraba sitio, empaquetó también
todos los zapatos, la ropa de deporte, la interior y la de estar por casa. Dos
juegos de sábanas, un nórdico y seis pares de toallas más, fue suficiente para
que la maleta tuviera un aspecto saludable y no pareciera la piel de un cordero
recién nacido. De tal manera que tras recorrer la casa al cerrar la maletita,
solo quedaba en ella los muebles, pues hasta la tele ha metido en el equipaje
por los “porsis” ya que tenía sitio de sobra. En este momento podría conocer a
una joven nórdica y desde el puerto tomar rumbo a Finlandia a conocer a sus
padres, con tal atino, que si ellos tuvieran a bien concederle la mano de su
hija el único requisito que necesitaría para casarse con la niña, sería el
visado del consulado…
Pues eso, que Garban tiene todo dispuesto y lo único que le
resta es poder conciliar el sueño esta noche, pues los nervios del agitado día
de vísperas lo tienen desquiciaíco…
Sábado Valencia para presentar sus respetos a una antigua
locura de juventud y domingo Barcelona, donde tomará su bautismo de crucerista,
pues supone Garban, creemos que con acierto, que los viajes “Denia-Ibiza” y
“Almería-Melilla”, no pueden ser tomados propiamente como cruceros… Y menos de
lujo.
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